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PONENCIAS | |
¿Triunfó el Nazismo?
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por
Ricardo D. Rabinovich-Berkman |
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SUMARIO: 1. INTRODUCCIÓN (La Adopción de Cosmovisiones Vencidas); 2. LA COSMOVISIÓN BIOÉTICA DEL NAZISMO; 3. RECUENTO; 4. LA COSMOVISIÓN BIOÉTICA NAZI, HOY; A. Los valores nazis en general; B. El caso Kevorkian; C. Nuestra bioética nazi; 5. LA LUCHA MILENARIA. * En 1945 cayó oficialmente el gobierno nacional-socialista de Alemania, y su proyecto de imponerse en el mundo, no sólo como poder militar, político y económico, sino también, principalmente, como cosmovisión. Una cosmovisión en la cual lo biológico era esencial, pues en la complejísima maraña ideológica del nazismo predominaba una suerte de “neo-darwinismo social”. Ahora bien, ¿significó la derrota en las armas un correlato en el campo de las ideas? ¿O bien éstas se infiltraron en las de los propios vencedores, y sobreviven hoy, y hasta quizás gozan de una salud inesperada? A aportar material para responder a tal pregunta de trabajo apunta esta breve investigación sobre fuentes, a la luz de las más modernas interpretaciones del fenómeno hitleriano (especialmente, la monumental pesquisa de Robert Lifton). |
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“Graecia capta ferum victorem cepit” Horacio,
EPÍSTOLAS, II,1,156 1.
INTRODUCCIÓN
La Adopción de Cosmovisiones Vencidas
No he de dedicarme a una cuestión normativa específica o
institución en particular, sino a un tópico concerniente a los
fundamentos de lo jurídico. Es decir, a los principios que subyacen a las
respuestas que dan los concretos sistemas vigentes. Los ordenamientos jurídicos
responden a una gran cantidad de factores sociales, de muy diversa índole.
Algunos son más obvios, especialmente en temas como los que nos reúnen
en esta oportunidad. Así, por ejemplo, los religiosos, los económicos,
los políticos. Otros, son más sutiles, tales como los inherentes a las
apetencias estéticas o deportivas, o a las costumbres sexuales íntimas.
Pero todos esos elementos, en diferentes medidas y proporciones, suelen
estar presentes en los cimientos de los preceptos.
Hemos colocado a la cabeza de este breve trabajo un famoso verso de
Horacio. “Grecia, vencida, ganó a su feroz vencedor”. El caso helénico
no es el único. Muchas veces, si bien un grupo humano, político, ideológico,
étnico o lo que sea, es derrotado a la hora de confrontar fuerzas
militares, sus ideas, su cosmovisión, sus criterios básicos triunfan, y
acaban siendo inclusive sostenidos por sus propios vencedores, y hasta por
aquellos que se le opusieron acérrimamente, o por sus víctimas.
Este tipo de mecanismos de adopción son tan corrientes, que sobran
los ejemplos de ellos. STALIN, arduo combatiente guerrillero contra el
imperio moscovita, miembro del grupo al que se atribuye el alegre
telegrama enviado en 1921 desde Georgia anunciando que “sobre Tiflis
ondea la bandera roja de los Soviets”[1],
una vez llegado al poder supremo, veinte años más tarde, al dirigirse a
la ciudadanía a días de la invasión alemana, retoma el antiguo concepto
ruso de “gran guerra patria” (vielíkaia
otiétziestvienaia vainá), y por esa vía se vincula a sí mismo con
los grandes líderes históricos de la nación: Alexandr NIÉVSKY, Dimitri
DONSKY, etc. Y en todo momento aparece la sombra del zar fundador, Iván
el Terrible, cuya memoria se restaura con gran despliegue[2].
Los preámbulos constitucionales derivados de las revoluciones liberales
de los siglos XVIII y XIX, emplearon orgullosos el mismo “Nos” (“We”) de los reyes contra
los que se sublevaban, expropiándolo y transfiriéndolo al nuevo
“soberano”, el pueblo, fuera lo que fuese lo que se quería significar
con esa palabra.
La adopción de símbolos enemigos es muy común. En el diario íntimo
del niño hebreo lituano Itjak RUDASHEVSKI, se observa cómo los “policías
judíos” del ghetto de Vilna conferían gran valor a sus “chaquetas de
cuero, botas y gorras verdes redondas”, conferidas por los alemanes[3]
como atributo externo de poder, calcado de sus propios uniformes. Incluso
se nota este tipo de mecanismos en las palabras. Los hebreos, al parecer,
tomaron su propia denominación del mote despectivo “habiru”
(los que llegan –verbo “habá”-,
es decir: los recién llegados) que les habrían endilgado los habitantes
de Canaán[4].
Sabemos que los grandes principios declamados por las diferentes
partes intervinientes en la Segunda Guerra Mundial, no siempre eran
realmente creídos y practicados por sus oradores y adalides. HITLER, que
basaba toda su filosofía en la eliminación de los judíos, y cuyas
huestes prohibieron a los “arios” tratarse con médicos hebreos, sabía
que la vida de su madre había sido salvada por uno, el Dr. Edward BLOCH,
a quien siempre estuvo agradecido, y cuyo exilio permitió a la hora del
exterminio[5].
En las veladas de la máxima jerarquía nazi se escuchaba la música del
compositor filo-judío Franz LEHAR[6],
prácticamente prohibida en Alemania[7],
mientras las películas preferidas del Führer y su entorno eran las de
norteamericanas de vaqueros, vedadas al pueblo[8].
Igualmente, en círculos académicos estadounidenses se observaba
con no disimulada admiración el “progreso” de la medicina nazi, sobre
todo en materia de esterilización compulsiva. En 1934, el Jornal
de la Asociación Médica Americana, por ejemplo, se limitó a
comentar lacónicamente la “más gradual evolución de práctica y
principios” en los Estados Unidos, con relación a Alemania[9].
En cambio, el galeno Joseph de JARNETTE, de Virginia, se quejaba
amargamente: “los alemanes nos están venciendo en nuestro propio
juego”[10].
En 1936, la Universidad de Heidelberg, por entonces baluarte académico
del nazismo, celebró sus 550 años, y para demostrar, en palabras de su
rector, “la devoción de la nueva Alemania a la tarea de la civilización
universal y su patrocinio de los altos logros intelectuales en todos los
campos del aprendizaje”, invitó a casas de estudio de todo el mundo.
Ocho universidades norteamericanas asistieron. Una de las más expresivas
fue la de Harvard, cuyos delegados retribuyeron el convite invitando a su
vez a los germanos a los festejos del propio bicentenario, a realizarse
ese mismo año en Boston. Heidelberg entregó grados académicos
honorarios a varios estadounidenses. Entre ellos, a Harry LAUGHLIN, un
ferviente opositor a la inmigración de personas “racialmente
inferiores”, y al Dr. Foster KENNEDY, campeón de la idea de matar a los
niños muy retardados[11].
Los Estados Unidos consideraron terribles las atrocidades de los
alemanes, pero no lo suficiente como para no emplear los servicios del
creador del mecanismo que impulsara las temibles bombas V-2
con que Berlín asolaba a los civiles ingleses, matándolos e hiriéndolos.
Pocos años más tarde, la gloria y el orgullo de la nación
norteamericana se cifraban en una versión colosal de esos mismos
proyectiles que, ideada por ese mismo científico, Wernher von BRAUN, era
lanzada en el camino de la luna. Y así como los nazis se habían
inspirado, entre otras teorías, en la criminalística biológica del judío
Cesare LOMBROSO y el organicismo político del judío Georg JELLINEK, los
estadounidenses hallaron interesantísimo el proyecto “Volks Wagen”
(un coche para el pueblo), y no dudaron tampoco en sacar provecho de las
invenciones o desarrollos médicos y farmacológicos de empresas del
Tercer Reich, como la firma
BAYER, para la que el capitán de las SS Helmuth VETTER experimentaba con
detenidos en los campos de Auschwitz y Mauthausen[12].
Entonces, nos preguntamos, ¿en el terreno de las ideas, quién ganó
la Segunda Guerra Mundial, verdaderamente? Y aclaro que no me refiero al
resurgimiento de grupos nazis o similares. Ese es un tema sin dudas
preocupante, sobre el que, con sobrado motivo, se está escribiendo y
trabajando mucho[13].
Pero lo que me parece infinitamente más grave no es esa presencia más o
menos residual, extra-sistemática, opositora, sino el hecho de que los
criterios básicos de la ideología predicada por el régimen hitlerista
se hayan infiltrado sutilmente en el pensamiento que hoy portan los
abanderados mismos del establishment
de aquellos países y culturas que se definen y consideran como anti-nazis,
por definición[14].
2.
LA COSMOVISIÓN BIOÉTICA DEL NAZISMO
Vamos a delinear, pues, muy brevemente y con asumido riesgo de caer
en reduccionismos y simplificaciones, el contorno de la cosmovisión ideológica
nacionalsocialista, especialmente en sus aspectos bioéticos. Desde ya,
asumimos, haciendo nuestros los excelentes apuntes de AYÇOBERRY[15]
al respecto, la enorme dificultad terminológica que se presenta al
estudioso de las creencias e instituciones del Tercer Reich,
debido a la muy compleja elaboración (y por tanto interpretación) semántica
de las categorías empleadas en la Alemania de los años 1933 a 1945, que
conjugaban una “extraña amalgama de préstamos de la literatura romántica,
textos religiosos, y de las ciencias humanas: los arcaísmos y
vulgaridades de Novalis y Barnum
y la totalidad del vocabulario del Kitsch”[16].
Sin embargo, hay que hacerlo, aunque recordando que un “ario” no es
para HITLER lo mismo que para el antropólogo GORDON CHILDE (principal
responsable de la difusión del término), ni la “eutanasia” significa
lo que significó más tarde, etc. Emplearemos profusamente las comillas.
Prioritariamente, coincidiendo con los insuperables estudios de
LIFTON ya citados, considero que el nazismo constituyó, desde el punto de
vista de sus criterios bioéticos, un alarde del biologismo social post-darwiniano.
Las ideas de HITLER[17]
y Alfred ROSENBERG[18],
entre otros, dan por sentado el concepto de “eugenesia”, encarado
desde una óptica socialista, comunitaria, inclusive universal. Es decir,
por un lado, el “mejoramiento” de la especie “humana”, entendida
como conjunto de razas, algunas de las cuales son “superiores” a
otras, más perfectas, más alejadas del antepasado animal (como, por
ejemplo, la “eslava” de la “negra”). De entre estas “razas
superiores”, la “aria” es la más elevada, y dentro de ella el tipo
“germano-nórdico”, musculoso, alto de cabellos rubios, ojos celestes
y nariz recta.
Por el otro lado, entonces, una vez depurada la “raza aria” (o
iniciado su proceso de limpieza), del influjo de otras “sangres”, por
medio de una política de estricto control matrimonial, y de una
estructuración jurídica jerárquica de las personas en base a sus
respectivos grados de “superioridad” racial, debería comenzar a
trabajarse internamente dentro de aquélla, para ayudarla a desarrollarse
hasta sus más elevadas posibilidades, a través del cultivo del cuerpo y
de la mente (ésta última, dentro de un cuadro de referencia masivo,
nunca individual, es decir, como una mente de célula social, no como una
mente de sujeto autónomo). De hecho, los comentarios vertidos por el
jerarca nazi RAUSCHNING[19]
hacen pensar que HITLER llegaba más lejos en su darwinismo aplicado, y soñaba
con el paso siguiente, con la aparición de una nueva especie, hija de la
humanidad evolucionada, una forma de “superhombres”, particular y
tergiversada interpretación del delirio de NIETZSCHE, que sin dudas
hubiera hecho a éste estremecerse de disgusto[20].
“«La creación aún no ha terminado», dijo [HITLER]. «A todo
evento, no en lo que a la criatura Hombre concierne. Contemplado biológicamente,
el hombre claramente ha llegado a un punto de giro. Una nueva variedad de
hombre está empezando a separarse. Una mutación, precisamente en el
sentido científico. El tipo existente de hombre está pasando, en
consecuencia, inevitablemente al estado biológico de atrofia. El viejo
tipo de hombre sólo tendrá una existencia atrofiada. Toda la energía
creativa será concentrada en el nuevo. Los dos tipos pronto van a
divergir uno del otro. Uno se sumergirá en una raza sub-humana y el otro
se alzará muy por encima del hombre actual. Podría llamar a las dos
variedades el dios-hombre y el animal-masa»”[21].
Según RAUSCHNING, el Führer
reconocía su herencia de NIETSZCHE: éste “llegó lo sufientemente
lejos como para reconocer al superhombre como una nueva variedad biológica.
Pero no estaba demasiado seguro de ello. El hombre se está volviendo Dios
–ese es el simple hecho. El hombre es Dios en fábrica. El hombre debe
externamente esforzarse frente a sus limitaciones. En el momento en que se
relaja y se contenta con ellas, decae y cae por debajo del nivel humano.
Se transforma en una casi bestia. Dioses y bestias, eso es de lo que
nuestro mundo está hecho”[22].
Y remata así el diálogo, que transcribo casi íntegro, pues carece de
desperdicio:
“Ahora, dije, empezaba a comprender el más profundo significado
de su Socialismo. Era la preparación de la división de la humanidad en
el nuevo Herrenmensch, el hombre
de la élite, de los pocos
dominantes, y el Herdenmensch,
el hombre del rebaño. Las nuevas masas eran, en el campo político, la
primera indicación de lo que HITLER llamaba el tipo atrofiante de
humanidad.
“HITLER coincidió: «La política es hoy, literalmente, el marco
del destino. ¿No concuerda Ud. que el proceso de selección puede ser
acelerado por medios políticos?»
“«Ciertamente, no podemos criar al superhombre», contesté. «Pero,
estrictamente hablando, ¿qué queremos decir con criar?
Simplemente, seleccionar». «Eso, después de todo, era todo lo que
nosotros los granjeros hacíamos», le dije. Si una variedad aparecía, la
manteníamos viva, la seleccionábamos deliberadamente para propagación,
y así apurábamos el proceso natural. En lenguaje científico, buscábamos
la plus-variación homicigota y la cultivábamos. «Esto, después de
todo, es a lo que se reduce el criar, y puedo concebir que un particular
sistema político pueda hacer posible un proceso de selección humana».
“«Exactamente así», dijo HITLER brillando. «Ud. lo ha puesto
bien. La política de hoy está completamente ciega sin un fundamento biológico
y objetivos biológicos. Sólo el Nacional Socialismo ha reconocido esto.
Mi política no es una política nacional en el sentido convencional.
Extrae sus criterios y sus objetivos de un completo y comprensivo
reconocimiento de la naturaleza esencial de la vida. Pero sólo puede Ud.
asistir a la naturaleza. Sólo puede acortar su sendero cuando ella elige
ofrecerle la nueva variedad. Todo lo que el criador puede hacer es
fomentar y propagar mutaciones, cuando ellas aparecen. ¡El nuevo hombre
está entre nosotros! ¡Está aquí!, exclamó HITLER triunfalmente. ¿Está
Ud. satisfecho ahora? Le contaré un secreto. He tenido la visión del
nuevo hombre, desprovisto de miedo y formidable»”[23].
Frente a ello, "el judío es el
anti-hombre, la criatura de otro dios. Debe haber venido de otra raíz de
la raza humana. Pongo al ario y al judío uno contra el otro; y si llamo a
uno ser humano debo llamar al otro de otra manera. Ambos están tan
separados como el hombre y la bestia. No es que llame al judío bestia.
Está mucho más lejos de las bestias que nosotros los arios. Es una
criatura fuera de la naturaleza, y extraña a la naturaleza"[24].
Esa es la clave: el judío, en realidad, no es humano, sólo lo parece.
Tampoco deriva del mismo proceso evolutivo que diera lugar a la humanidad.
Es un maestro de la mimesis[25].
El judío es “la más importante contrapartida del ario”, y un
“enemigo de toda la humanidad”. No cabe duda que sólo el exterminio
puede servir contra ese parásito , pues “el mero hecho de su existencia
es malo como la plaga”. No basta con perseguirlo, dado que “después
de cada persecución está de vuelta otra vez en poco tiempo, igual que
antes”. La lucha biológica contra el judío es a muerte: “el efecto
de su existencia es también como el de las esporas: donde quiera que
aparecen, el pueblo huésped muere tras un período más breve o más
largo”. En realidad, es una raza condenada a muerte de por sí, pues
“tras la muerte de su víctima, el vampiro más temprano o más tarde
muere también”. “Si un pueblo ya no quiere respetar las cualidades
dadas por la Naturaleza de su ser que radica en su sangre, no tiene ya
derecho de quejarse si pierde su existencia terrenal”[26].
De modo que, si los “arios” desean mantener su derecho de vivir, deben
exterminar a los judíos.
Por eso la entera operación del Tercer Reich
era vista como una colosal cirugía de mejoramiento drástico, de depuración
esencial, de la humanidad. Auschwitz era considerado el “ano del
mundo”, a través del cual el verdadero homo
sapiens sapiens excretaba, de una vez y para siempre, su enfermedad[27].
De allí que LIFTON hable, reiteradamente, de la “paradoja
curar-matar” (“healing-killing
paradox”), como centro de la cosmovisión nazi en que se basaban los
campos de exterminio. El holocausto de millones de seres de la
“anti-humanidad” implicaba la más extraordinaria operación terapéutica
jamás montada. “Sin dudas, hay pueblos que se han odiado entre ellos
por siglos. Pero que uno mate gente tan sistemáticamente, con la ayuda de
médicos, sólo porque ellos pertenecen a otra raza, eso es nuevo en el
mundo”, comentaba con asombrada razón el hermano de un galeno SS
destacado en Auschwitz[28].
Es un error creer que la eliminación de los judíos fue algo
accesorio para el nazismo. En un momento, la cuestión llegó a plantearse
en estos términos: Alemania, es casi seguro, perderá la guerra en poco
tiempo. Es esencial, pues, que extermine a los hebreos de Europa antes de
caer. Esa es la grande, verdadera y decisiva batalla, y de ese triunfo
depende la supervivencia de la civilización occidental. Así lo habría
dado a entender el mismísimo Heinrich HIMMLER a los jerarcas de Auschwitz:
“Los judíos son los eternos enemigos del pueblo alemán y deben ser
exterminados. Todos los judíos dentro de nuestro alcance han de ser
destruidos sin excepción, ahora, durante la guerra. Si no tenemos éxito
en destruir la sustancia biológica de los judíos, los judíos algún día
van a destruir al pueblo alemán”[29].
En plena coincidencia, ha dicho el eminente genetista y filósofo
JACQUARD: “La elección inicial, de la que despegan todos los otros, es
la mirada que llevamos sobre nosotros mismos y nuestros semejantes. O esa
mirada es portadora de respeto, o de desprecio. Pero, una vez que la
elección se ha hecho y proclamado, es preciso extraer las consecuencias.
La peor actitud es la de exponer, como lo hacen tantas sociedades, la
elección del respeto, y comportarse cotidianamente aceptando el
desprecio. Tal es el caso de las naciones que se refieren oficialmente al
Evangelio y ponen en su arsenal jurídico la pena de muerte. Es inhumano
todo acto que envilece a la persona humana. Pero en el caso de los nazis,
un umbral suplementario fue abierto en la monstruosidad; no atacaron
solamente a las personas, sino a las colectividades que deseaban extraer
de la humanidad, como se extrae un diente enfermo. Su crimen es tal que el
adjetivo inhumano es
insuficiente, serían necesarias palabras nuevas mostrando que ellos
destruían aquello que es específico a nuestra especie; y que lo destruían
a la vez en sus víctimas y en ellos mismos”[30].
No hay evidencias concretas de que, para la fecha en que estas
opiniones del insigne autor del Elogio
de la diferencia fueran recopiladas por la periodista Huguette PLANES
(1995), él hubiese leído la obra de LIFTON, que no menciona en ningún
momento. Sin embargo, su concordancia con las conclusiones del abrumador
trabajo de investigación de Los médicos nazis es total: “Los genocidios perpetrados por los
nazis no requerían, a sus ojos, ser justificados; ellos los consideraban
como una acción benéfica para la especie humana, cuyas partes malas era
necesario eliminar. El hecho de que los trenes llevando los judíos a
Auschwitz hayan tenido prioridad sobre los trenes de la Wehrmacht muestra
que su destrucción era un objetivo más importante que la victoria
militar. Los nazis no suprimían a los judíos a fin de ganar más fácilmente
la guerra; ellos querían ganar la guerra a fin de cumplir su obra de
destrucción del pueblo judío. En aquello, su crimen es único”[31]. Como se observa, tal afirmación es perfectamente
acorde a las palabras ya citadas de HIMMLER, y al comentario del hermano
del médico nazi sobre la unicidad del socio-biologismo político
hitleriano y sus efectos.
La cuestión de la prioridad de esfuerzos, evidente en el asunto de
los trenes, que bien destaca JACQUARD (habría que agregar que ese
privilegio se mantuvo inclusive en los últimos tiempos, cuando Alemania
ya enfrentaba la derrota inevitable, y se hallaba embarcada en la
“guerra total”), es también notable en materia económica. En medio
de una situación desesperada, cuando el pueblo alemán sufría mil
privaciones por falta de comida y hasta de techo, debido a los bombardeos,
y se llevaban adelante intensas campañas de solidaridad[32],
no existe constancia de que se levantasen quejas o requerimientos por
escasez de recursos en los campos de exterminio. El Reich prefería
solventar la destrucción de los judíos antes que socorrer a su propia
ciudadanía. Todas las evidencias muestran que la verdadera y profunda
finalidad del nazismo era la colosal operación terapéutica de remoción
del elemento “racial” hebraico.
En realidad, nadie debería asombrarse de este fenómeno, pues ya
estaban delineadas sus raíces en Mi
lucha, cuyo capítulo XI (Nación
y raza) trae conceptos como los siguientes: “Cualquier cruza entre
dos seres que no están exactamente al mismo nivel, produce un medio entre
el nivel de ambos padres. Esto significa: la descendencia probablemente
estará más alto que el padre racialmente inferior, pero no tan alto como
el más elevado. En consecuencia, luego sucumbirá en la lucha contra el
de nivel más elevado. Semejante unión es contraria a la voluntad de la
Naturaleza para una más alta crianza de toda la vida, cuya precondición
no descansa en asociar superior e inferior, sino en la total victoria de
aquél. El más fuerte debe dominar, y no mezclarse con el más débil,
sacrificando así su propia grandeza. Sólo el nacido endeble puede ver
esto como cruel, pues al fin y al cabo es sólo un hombre débil y
limitado; pues si esta ley no hubiese prevalecido, cualquier desarrollo
superior concebible de seres
vivos orgánicos hubiera sido impensable”.
El darwinismo hitleriano pronto se deriva hacia aspectos etológicos
o, si se prefiere, psicológicos: “La consecuencia de esta pureza
racial, universalmente válida en la Naturaleza, es no sólo la estricta
delimitación externa de las varias razas, sino su carácter uniforme en sí
mismas. El zorro es siempre un zorro, el ganso un ganso, el tigre un
tigre, etc., y la diferencia descansa cuando mucho en la variante medida
de la fuerza, resistencia, inteligencia, destreza, tolerancia, etc., de
los especimenes individuales. Pero nunca hallaréis un zorro que en su
actitud interna pudiera, por ejemplo, mostrar tendencias humanitarias
hacia los gansos, así como en forma semejante no existe ningún gato con
inclinación amistosa hacia los ratones”.
En estas consideraciones reside la clave de la cosmovisión bioética
nazi, que se presenta a sí misma, al mismo tiempo, como el último alarde
de la aplicación científica a la política, y como un retorno a la
naturaleza. Es decir, como científica y natural. “Por lo tanto aquí,
también, la lucha entre ellos surge de la aversión interior más que del
hambre y el amor. En ambos casos, la Naturaleza observa con calma, con
satisfacción, de hecho. En la lucha por el pan cotidiano todos aquellos
que son débiles y enfermizos o menos determinados sucumben, mientras la
lucha de los machos por las hembras garantiza el derecho u oportunidad de
propagarse sólo a los más sanos. Y la lucha es siempre un medio de
mejorar la salud y el poder de resistencia de una especie, y en
consecuencia una causa de su superior desarrollo. Si el proceso fuere
diferente, todo ulterior y superior desarrollo cesaría y ocurriría lo
opuesto. Pues, dado que lo inferior siempre predomina numéricamente sobre
lo mejor, si ambos tuvieran la misma posibilidad de preservar la vida y
propagarse, el inferior se multiplicaría tanto más rápidamente que al
final el mejor sería inevitablemente derivado al fondo, salvo que una
corrección de este estado de cosas fuere encarada. La Naturaleza hace
justamente esto, sujetando a la parte más débil a condiciones de vida
tan severas que por ellas solas el número se limita, y no permitiendo a
los restantes crecer promiscuamente, sino que crea una nueva y despiadada
elección acorde a la fuerza y la salud”[33].
El carácter “científico” del nazismo es también destacado
una vez más por JACQUARD, pues “se sitúa en un período de la historia
donde la matriz aportada por la ciencia había realizado progresos
fabulosos. Los nazis la desviaron para ponerla al servicio de sus
fantasmas. Los primeros descubrimientos de la genética fueron pervertidos
por ellos para representar al racismo como científico. Un genetista, Von
VERSCHUER, director del Instituto de Antropología de Berlín, felicitó a
HITLER por ser el primer hombre de
Estado que ha hecho de los legados de la biología hereditaria un
principio director de la conducta del Estado. Sin embargo, la genética
arribó a la constatación de que, para la especie humana, el concepto de
raza es arbitrario, no operacional, escribió François JACOB”[34].
La colosal operación de macrocirugía eugenésica social
hitleriana, revestida de ropas modernas, científicas y naturales, no
abarcaba solamente a la “no humanidad” judía. De hecho, los nazis
comenzaron con los discapacitados mentales, tanto hebreos como
“arios”, intensificando una línea de trabajo que ya venía desde
antes de la asunción del poder por HITLER, y que incluso había gozado
del beneplácito de médicos notoriamente opositores al régimen, como el
exiliado Georg NICOLAI[35].
LIFTON ha dedicado varias inmejorables páginas al tema, que seguiremos[36].
Hoy resulta asombroso recordar que, en 1923, el genetista alemán Fritz
LENZ (que luego adhirió al nazismo con fervor), fustigaba a sus
compatriotas por el atraso en que se hallaba su política de esterilización
de criminales y de personas con deficiencias consideradas hereditarias,
frente al comparativamente mucho mayor desarrollo del tema en los EEUU. En
efecto, la Constitución de Weimar había operado como fuerte vallado
contra las intervenciones quirúrgicas mutilantes y la prohibición de
matrimonios interraciales. LENZ, admirador de Norteamérica, creía que
sería en ella que se libraría “el nuevo round
en la milenaria lucha por la vida de la raza Nórdica” (concepto
que él considera debe reemplazar al de “raza blanca”)[37].
Efectivamente, los EEUU lideraban decididos el combate por la
esterilización eugenésica, concebida, en términos social-darwinianos,
como la respuesta más avanzada de la ciencia moderna. Veinticinco estados
tenían leyes en 1920 autorizando tales mutilaciones en criminales,
dementes y otras personas consideradas genéticamente inferiores. En
realidad, si consideramos la estructura judicialista del ordenamiento
norteamericano, la cantidad era mayor. La abolición de la esclavitud y la
consecuente presencia de afroamericanos libres en la vida cotidiana, generó
una reacción que LANDMAN calificó en 1932 de “eugenesia alarmista”[38],
partiendo de la premisa casi indiscutida de la inferioridad biológica de
la “raza negra”, considerada más cercana a los primates[39].
Se hablaba de la “degeneración nacional”. Se decía que las “razas
civilizadas” estaban “retrocediendo biológicamente”. WIGGAM advertía:
“El primer aviso que la biología da al hombre de Estado es que las
razas avanzadas de la humanidad están yendo hacia atrás [...] que la
civilización, como la habéis administrado hasta ahora, es
autodestructiva; que la civilización siempre destruye al hombre que la
constuye; que vuestros vastos esfuerzos para mejorar la suerte del hombre,
en lugar de mejorar al hombre, están acercando la hora de su destrucción”[40].
Casi contemporáneo de Mi
lucha, el libro de WIGGAM coincidía en la idea base: la caridad, el
amor al prójimo, son en realidad las peores trampas de la civilización.
El “humanitarismo” es enemigo jurado de la humanidad. La religión
judeocristiana ha estado minando las bases genéticas de nuestra especie
durante siglos, con perversos mensajes de compasión y de piedad, al
tiempo que glorificaba la debilidad y las actitudes sumisas frente a la
exaltación de la fuerza física y el liderazgo. Por suerte, la ciencia más
moderna, la biología, re-creada por DARWIN, había venido a despertar al
hombre de su estúpido letargo suicida. El político, pues, el buen
gobernante, debía escuchar sus mensajes y advertencias. Algo debía
hacerse, y pronto. El zoon políticon
debe emplear lo que tiene de políticon
para recuperar su perdido camino como zoon.
HITLER juró como canciller el 30 de enero de 1933. El 22 de junio,
ya su Ministro del Interior, FRICK, remitió al Congreso un proyecto de
ley de esterilización masiva compulsiva, que fue aprobada tres semanas
después. Según se expresó entonces, las estimaciones iniciales,
abarcando sólo las personas ya internadas, ascendían a 410.600 (200.000
deficientes mentales, 80.000 esquizofrénicos, 20.000 maníacos
depresivos, 60.000 epilépticos, 600 con mal de Huntington, 4.000 ciegos,
16.000 sordos, 20.000 deformados, y 10.000 alcohólicos). Para eventuales
litigios, sea crearon los Tribunales de Salud Hereditaria, integrados por
dos médicos y un juez letrado. El 15 de septiembre de 1935, se
sancionaron las Leyes de Nuremberg, prohibiendo el contacto sexual entre
judíos y no judíos, y al mes siguiente se impuso la exigencia de la
esterilización previa para ciertos matrimonios. La cantidad de personas
efectivamente mutiladas de resultas de estos programas se desconoce, pero
varias fuentes permiten estimarla entre 200.000 y 350.000[41].
Como bien lo hace notar LIFTON, el paso que sólo Alemania dio,
“venciendo” a los EEUU y a otros países en la lucha por la eugenesia,
fue la vinculación de ésta con la idea de eutanasia, a la luz del
concepto de lebensunwertes Leben
(“vida que no merece ser vivida”), tomado del título de una obra
publicada en 1920 por el jurista BINDING y el psiquiatra HOCHE, en que
francamente se fomentaba el homicidio “piadoso” de los enfermos
incurables, los dementes, los deficientes mentales (incluidos los
retrasados) y los niños deformados. Ambos autores destacaron la
importancia de que la operación fuese concretada por médicos, con
control jurídico. Por primera vez aparecía, con todas las letras, la
cuestión del costo que para la comunidad sana significaba la manutención
de estos “balastos humanos”, argumento económico que luego sería muy
del gusto del nazismo.
Entre 1933 y 1941, fue cobrando fuerza la idea de que la
esterilización no era suficiente. Los balastos debían ser muertos. El
punto de inflexión lo dio el “caso KNAUER” (1939) en que el propio
HITLER aceptó la eutanasia de un bebe nacido ciego, sin una pierna y
parte de un brazo. A partir de 1940, se dio inicio al exterminio médico
de niños (primero, de hasta tres años). En un principio se empleó
luminal. Luego, se usaron inyecciones de morfina-escopolamina. Para 1941,
ya se abarcaban niños mayores, incluso adolescentes y algún adulto
joven, y se había ampliado la lista de causales que ameritaban la
eutanasia, abarcando al síndrome de Down. Por lo menos 5.000 habían sido
exterminados. En 1939, se puso en marcha el proyecto T4, destinado a la
matanza de los adultos internados en establecimientos psiquiátricos. En
1940, se construyó para ellos la primera cámara de gas de la historia,
ya equipada con las tristemente célebres duchas falsas, pero aún
exhalando monóxido de carbono. También, por la cantidad de cuerpos, se
hizo necesario habilitar los primeros crematorios masivos.
La aducida existencia, al propio tiempo, de por lo menos un
laboratorio dedicado al mejoramiento de la “raza germano-nórdica”,
donde se tendría a jovencitos de ambos sexos seleccionados por su
“pureza”, no parece un dato aún lo suficientemente documentado, y
creo mejor dejarla en el terreno de las meras hipótesis de investigación.
La otra columna en la cosmovisión bioética nazi la da la aceptación
de los experimentos médicos con seres humanos. El
nombre del Dr. MENGELE, monstruo mimado del gobierno germano, simboliza el
horror de las pruebas biológicas ilimitadas, descontroladas, masivas, con
sujetos que no se prestaban voluntariamente a ellas. MENGELE, sin embargo,
con toda su atrocidad, no era ni el único ni el más aberrante. Fueron
cientos los galenos que, al calor del nazismo, se lanzaron a la
experimentación con seres humanos. Las ya citadas investigaciones de
POLIAKOV, WULF y LIFTON, han arrojado evidencias documentales
impresionantes al respecto. Algunos laboratorios alemanes de medicamentos
no quisieron tampoco perderse la oportunidad, y exigieron su cuota
de prisioneros[42]. Uno de los más famosos fue BAYER, como viéramos.
Un verdadero frenesí se instauró en ciertos círculos médicos.
Las posibilidades que se abrían para el desarrollo científico eran
insondables. "Mis más rendidas gracias en nombre de la investigación
científica alemana en la rama de la medicina aeronáutica, por la gran
ayuda que Ud. ha prestado a los experimentos de Dachau", decía
HIPPKE, médico del Estado Mayor germano al gobierno[43].
Y un jefe de la Fuerza Aérea recordaba en 1944 a un Ministro que "en
su día ofreció Ud. a la Fuerza Aérea la posibilidad de resolver,
mediante experimentación sobre seres humanos, ciertas cuestiones médicas
del más alto interés", razón por la cual "se necesitan 40
sujetos de experimentación sanos, que se pongan enteramente a disposición
de los investigadores por un plazo de cuatro semanas", y "la
dirección de los experimentos debería confiarse al médico de Estado
Mayor Dr. BEIGLBOECK, que en tiempo de paz era Jefe de Clínica en la
Facultad de Medicina de Viena (bajo el profesor Dr. EPPINGER). La relación
de los demás médicos que participarán en los experimentos se entregará
al trazar el plan detallado de la operación"[44].
Ingmar BERGMAN, en su película El
huevo de la serpiente, plantea que, en realidad, los experimentos con
seres humanos ya se venían realizando en la Alemania pre-nazi,
aprovechando la gran crisis inflacionaria para obtener cobayos humanos a
cambio de retribuciones mínimas. Incluso después, durante el régimen
hitleriano, no sólo los prisioneros judíos fueron sometidos a
experimentos médicos. También los arios,
como surge de una carta del galeno RASCHER. "Para los experimentos de
recuperación de temperatura por medio de calor animal que me fueron
encargados por el Reichsführer SS, fueron puestas a mi disposición
cuatro mujeres procedentes del campo de concentración de Ravensbrück",
explica. Sin embargo, como una de ellas "presenta caracteres raciales
totalmente nórdicos", destaca RASCHER que "repugna a mi
sensibilidad racial" el emplearla. "Por esta razón rehúso
utilizarla para mis experimentos y dirijo un informe al comandante del
campo", concluye[45].
En términos científicos abstractos, como
ecuación fría, el argumento nazi es imbatible: realmente, la medicina progresa mucho con los
experimentos sobre humanos (la mayoría de los cuales eran no humanos para algunos de ellos). Nuevas alternativas terapéuticas
se desarrollaron (generalmente, vinculadas con las necesidades bélicas
germanas, tales como la de luchar contra el frío y sus secuelas, o la
anoxia provocada por la altura en la aviación).
La base de esta concepción es
uno de los pilares del pensamiento hitleriano: el fin justifica los
medios. La antigua visión mezquina e individualista es reemplazada por el
generoso socialismo científico, que cuida del bosque, no del árbol.
HITLER consideraba la más alta cualidad humana a lo que llamaba
“idealismo”: “A la actitud
básica de la que surge tal actividad, la llamamos, para distinguirla del
egoísmo y el individualismo, idealismo. Por tal entendemos la capacidad
del individuo de hacer sacrificios por la comunidad, por sus compañeros.
Cuán necesario es tener siempre presente que el idealismo
no representa una expresión superflua de
emoción, sino que en verdad ha sido, es y será la premisa para lo
que designamos como cultura humana, sí, que él solo creó el concepto de
hombre.
Es a esta actitud interior que el ario debe su posición en este
mundo, y a él el mundo le debe al hombre, pues él solo formó a partir
del espíritu puro la fuerza creativa que, mediante una equiparación
inigualable del puño brutal y el genio intelectual, creó los monumentos
de la cultura humana. Sin esta actitud idealista todo, hasta las más
impactantes facultades del intelecto, permanecerían como mero intelecto,
como apariencia exterior sin valor interno, y jamás como fuerza creativa.
Pero, dado que el verdadero idealismo no es otra cosa que la subordinación
de los intereses y la vida del individuo a la comunidad, y ésta a su vez
es la precondición para la creación de formas organizativas de cualquier
índole, corresponde en sus más íntimas profundidades a la voluntad
suprema de la Naturaleza. El idealismo solo conduce a los hombres al
reconocimiento voluntario del privilegio de la fuerza y la resistencia, y
así los transforma en una partícula de polvo de aquel orden que modela y
forma todo el universo”[46].
Los falsos valores judeocristianos de amor al prójimo, piedad,
caridad, etc., han asestado el peor golpe a la principal de las ciencias,
la biología (y a su aliada, la medicina) al colocar al individuo por
encima del grupo, y vedar así la experimentación más efectiva: la que
se realiza directamente sobre miembros de nuestra especie. Los judíos,
totalmente carentes de “idealismo”, han proyectado esa su peor
falencia sobre la humanidad, instilándole su egoísmo, sublimado bajo un
hipócrita disfraz de amor. 3.
RECUENTO
Podemos, pues, resumir cuanto antecede destacando los siguientes
aspectos básicos de la concepción bioética nazi: *
Evolucionismo darwiniano: se da por sentada la aplicabilidad de los
criterios del Origen de las especies
a la humanidad, tanto externa como internamente. *
Intervencionismo biológico: un buen gobierno debe asumir las enseñanzas
y advertencias de la biología, y desarrollar o fomentar programas
destinados al mejoramiento biológico de la humanidad, interviniendo en el
proceso selectivo como un granjero con sus cultivos. *
Apariencia humana puede no implicar humanidad: los judíos se parecen
mucho a los humanos, pero son resultado de otra evolución. No bastan,
pues, los signos externos de humanidad para que ésta pueda ser predicada. *
De las diferencias externas se desprenden estados jurídicos diversos:
aceptada la existencia de razas, y que éstas son (con excepción de la
judía) el resultado de la evolución humana, no todas ellas han de
conferir a sus miembros derechos equivalentes. Dado que la raza surge del
aspecto exterior, éste se vuelve determinante del status
jurídico del sujeto. *
Eugenesia individual y social: en concordancia con las enseñanzas y
advertencias de la ciencia, la humanidad debe ser depurada de sus
elementos biológicamente contraproducentes (enfermos hereditarios,
deformados, etc.), por la vía de su esterilización, voluntaria o
compulsiva, o inclusive de su eliminación física (muerte). *
Eutanasia individual y social: la vida como mero fenómeno biológico no
merece respeto jurídico de por sí, ya que puede ser atributo de una
criatura que no la merezca. Es decir, que se trate de una “vida que no
merece ser vivida” (lebensunwertes
Leben). Estos seres, como anticipara el genial H.G. WELLS, “debieran
morirse de buena voluntad. Después de todo, es una clase de traición el
vivir para inficionar la raza. Y no pueden ser felices Además, la muerte
no es cosa tan horrible: es el miedo lo que la hace antipática..."[47].
*
Preferencia por la muerte de los más
jóvenes: como explica LIFTON, los planes de eutanasia eugenésica masiva
comenzaron por niños de hasta tres años, para pasar luego a los mayores
de esa edad. La concepción bioética dominante veía como más natural (y
menos resistido por la población) que se eliminase a los sujetos con
menos tiempo de vida. *
El fin justifica los medios: ésta es sin dudas la premisa principal, en
todos los órdenes. El bienestar del grupo (Völk,
nación, raza, pueblo, Gemeinschaft,
comunidad, sociedad) justifica los sacrificios “idealistas” de los
individuos. La salvación de la humanidad justifica el homicidio masivo de
los enfermos y el genocidio de los judíos y gitanos. El progreso de la
medicina justifica los experimentos con personas. 4.
LA COSMOVISIÓN BIOÉTICA NAZI, HOY A.
Los valores nazis en general
La
cosmovisión nacional-socialista en materia biológica no sólo ha
afectado los círculos científicos, sino que se encuentra inserta en el
lenguaje, las actitudes y las tablas de valores de la sociedad en general.
La presencia de los criterios estéticos hitlerianos es evidente, sobre
todo en comunidades la mayoría de cuyos miembros no responden a ellos,
como sucede en Latinoamérica. Los anuncios publicitarios, los desfiles de
modelos, las producciones de televisión, muestran un predominio de
personas rubias, altas, de tez clara y aspecto “ario”. En algunos países,
la diferencia entre la gente que se ve en el televisor y la que está en
la calle es total. Los rasgos indígenas son asumidos como “fealdad”,
y llegan a generar rechazos laborales, y otras discriminaciones notables.
Infinidad de mujeres (y algunos hombres) se tiñen el cabello de rubio
tenazmente. Hasta existen individuos de origen africano que se someten a
operaciones y otras técnicas para disimular su estirpe.
LENZ, que creía en la importancia que tendrían los EEUU en la
“lucha por la vida de la raza Nórdica”, y los profesores de
Heidelberg que premiaron a los científicos norteamericanos, acertaron en
ese aspecto. Tras la derrota de Alemania, la cultura que se ha encargado
de diseminar por el mundo el predominio de los criterios estéticos nazis,
con escasas modificaciones, ha sido la de Washington. Al calor del poder
político, militar y económico de los EEUU, las producciones de Hollywood
y las demás manifestaciones de la civilización norteamericana
difundieron por décadas el arquetipo del héroe rubio, alto, de tez
blanca, (el famoso “W.A.S.P.”, white
anglo-saxon protestant, anglo sajón blanco protestante), con su heroína
de semejantes características. Los afroamericanos recién comenzaron en
los últimos años, y muy tímidamente, a abandonar los meros papeles de
fuerte y bonachón, poco inteligente y dispuesto a ayudar (el clásico
“bwana” de Tarzán). Los indígenas y mestizos siguen en roles exóticos
o de bandidos. Los “amarillos” son mafiosos o formidables karatekas.
Los judíos se salvan un poco, tal vez por su abrumadora presencia en el
cine local, pero no consiguen emerger del estereotipo del intelectual de
anteojos y ropa barata, feo pero simpático[48].
Los estereotipos nazis se han transformado así en prejuicios que
forman parte de la conversación corriente y la cultura popular, al
extremo de que muchos los consideran científicamente demostrados. Que los
“negros” son mejores deportistas y danzarines, pero peores en
intelecto, que los “eslavos” son testarudos y fieles, mas no muy
sagaces, que los indígenas americanos son pobre gente, buena aunque
inevitablemente estúpida, que los judíos son sumamente inteligentes, más
que los otros grupos, pero traicioneros y malvados, e incapaces de crear y
de hacer arte. Está fuera de discusión la superioridad en todos los
aspectos que realmente importan de los “blancos”, y cuanto más nórdicos
mejor. Sus ciudades son más limpias y ordenadas, sus normas jurídicas se
respetan más, sus construcciones son más impresionantes, son más
cultos, son más lindos, son más sofisticados. Ellos son “la
humanidad”, y por eso cuando los extraterrestres de la ficción llegan y
se quieren comunicar con los humanos, lo hacen con ellos. Los propios
latinoamericanos a menudo tienen tan internalizados los valores nazis, que
se lamentan amargamente de no ser como “los del norte”, a los que
tratan desesperadamente de parecerse[49].
El biologismo social forma parte insoslayable de la terminología
corriente. Hablamos de “cáncer que hay que extirpar”, de
“enfermedad social”, de “células de la sociedad”, de “fuerzas
vivas de la comunidad”, y podríamos seguir. La metáfora originada en
JELLINEK del Estado-organismo, cuajada en el molde romántico racista de
la ecuación pueblo-nación-Estado (que diera lugar al famoso ein Reich, ein Völk, ein Führer), ha quedado grabada como premisa
en nuestra concepción macropolítica. Inclusive en la cosmovisión de las
mayores víctimas del nazismo, los judíos. El Acta
de Declaración de la Independencia del Estado de Israel (1948) dice:
“Es éste un derecho natural del Pueblo Judío de ser un Pueblo como los
demás, un Pueblo que en uso de su propio derecho proclama su Estado
soberano”[50].
Por otra parte, la idea de que la “pureza racial” de una población
ayuda a su bienestar sigue en pie[51]. B.
El caso KEVORKIAN
Tomaré como caso testigo el del famoso médico estadounidense
KEVORKIAN (apodado "doctor muerte" por su lucha a favor
de la eutanasia autónoma), que protagonizó una exitosa campaña
preconizando el derecho de los condenados a muerte a ofrecerse como
sujetos de experimentación médica. Sostuvo: "Idealmente, pues, a
todo ser humano condenado a una muerte inevitable por cualquier razón
convencional -judicial, política o religiosa-, justa o no, en cualquier
lugar del mundo, debería permitírsele esta elección: ser ejecutado por
el método prescripto por la ley de acuerdo con la jurisdicción política
en cuestión o someterse a una profunda anestesia general quirúrgica
estrictamente controlada (como la empleada rutinariamente en los
hospitales todos los días y, por lo tanto, segura para llevar a cabo la
extracción de todas las partes utilizables del cuerpo), administrada
precisamente en el momento estipulado por la ley o por el tribunal, y tras
la cual no habría despertar, con la finalidad de efectuar experimentos médicos
imposibles de realizar de otro modo en seres humanos".
Si bien KEVORKIAN se apresura, a renglón seguido, a destacar la
inviolabilidad y necesidad imperiosa del "consentimiento del
individuo" (imagínese qué situación psicológica y qué grado de
efectiva libertad puede tener el sujeto en tales condiciones), luego
estima que "el volverse atrás debe limitarse, por ejemplo, a una
semana antes de la fecha prevista para la ejecución". ¿El motivo de
tan drástica restricción? "Evitar la pérdida de tiempo y dinero
preparando los experimentos planeados". Tales criterios axiológicos
(el aspecto económico primando por encima del respeto a la autoconstrucción
personal), deben sumarse al entusiasmo de KEVORKIAN: "¿Qué mejores
circunstancias podrían existir para estudiar e intentar por fin desentrañar
los mecanismos de una mente criminal, de una mente capitalmente criminal?
No obtendríamos las respuestas estudiando animales. Sus cerebros son
distintos. Ni se hallarían respuestas en los cerebros extraídos en una
autopsia. Puedo afirmar categóricamente y sin temor a contradecirme que
la única esperanza de llegar a resolver la cuestión reside en el estudio
de todas las partes del cerebro intacto y vivo"[52].
Si a esos dos factores se agrega la inquietante inclusión, entre
las causas de "muerte inevitable" de los sujetos a
"cualquier razón convencional -judicial, política o religiosa-,
justa o no", el resultado final no puede sino atemorizar, máxime al
provenir de un autor contemporáneo, estadounidense, cuyas obras se han
traducido a muchas lenguas, y que goza de una notable aceptación (si bien
su propio país lo envió a la cárcel -Alemania, por otra parte, hizo lo
propio con HITLER-). El clima de presión en que, por definición, se
encuentra un condenado a muerte, ya impondría de por sí, por lo menos a
la luz de los Principios Básicos de la Declaración de Helsinki, su
ineptitud como sujeto de experimentación biológica. El hecho de que los
tristemente célebres experimentos nazis se llevaran a cabo, justamente,
con personas destinadas a una muerte
inevitable por razones convencionales -judiciales, políticas o
religiosas-, no justas (es decir, el exacto supuesto de KEVORKIAN),
debería bastar para descartar su propuesta. Sin embargo, como las
paradojas de nuestra asombrosa humanidad no tienen cese, fue justamente
una revista médica israelí, Medicine
and law, la que accedió a publicar los cuatro artículos de este
autor defendiendo su tesis[53].
KEVORKIAN, casi universalmente respetado y admirado por muchos, médicos o no, con miles de ejemplares de sus obras publicadas, traducidas a varios idiomas (castellano incluido) y vendidas en todo el mundo, con sus artículos aceptados y difundidos por una prestigiosa revista científica israelí, es un verdadero arquetipo de la infiltración sutil pero profunda de la cosmovisión bioética nazi en las concepciones actuales. C.
Nuestra bioética nazi
Pero la inoculación no se ha limitado a casos clave, como el de
KEVORKIAN, o a la terminología y los criterios populares. Ha invadido la
cosmovisión bioética de los propios sectores científicos y en especial
los biológicos y médicos, lo que no es de extrañar al tratarse el
nazismo de un socialismo biológico.
Uno de los aspectos más notables en que se verifica esta presencia
es el de las nuevas técnicas de fecundación extrauterina. La idea
darwiniana de la supervivencia selectiva de los más fuertes, aparece en
el sistema de la implantación de más de dos embriones en la mujer. Se
aduce que en realidad se está dejando la cuestión librada a una lucha
por la vida, absolutamente natural, lo cual resulta una falacia, porque de
no haberse intervenido en la secuencia previa, desde la poliovulación
provocada hasta el implante, no se hubiera generado ese cuadro de
“lucha”.
Los nazis, como viéramos, consideraban preferible la eliminación
del sujeto “descartable”, cuya vida no merecía ser vivida, cuanto más
joven fuera. Por el nivel de la tecnología médica asequible, se pensaba
en términos de niños de corta edad (al principio, hasta 3 años). No hay
evidencia de que se encarase el exterminio de criaturas en el útero. Hoy,
sin embargo, hemos podido llevar el criterio de la juventud hasta el máximo
extremo, uno que la Alemania de HITLER no estaba en condiciones de
encarar: la eliminación del embrión en sus primerísimos momentos de
vida. El papel del “granjero” es cumplido por el galeno que escoge
entre los embriones los más “aptos” para ser implantados, y descarta
a los demás.
Atrás de todo este proceso se halla la disociación entre
apariencia externa humana y pertenencia a la humanidad (y, en
consecuencia, titularidad de derechos humanos). El embrión, a pesar de
contar con las indiscutibles características que permiten
individualizarlo como un embrión humano, no es considerado miembro de
nuestra especie, sino simple cosa (como los judíos) y por ello es
susceptible de ser objeto de actos que no pueden realizarse sobre
personas, sean éstos meras conductas, como el congelamiento o la muerte,
o negocios jurídicos, como la donación. Al parecer, así como la mayoría
de la sociedad alemana de tiempos del nazismo permaneció impertérrita
ante la eliminación de miles de niños pequeños, la manipulación y
exterminio de innumerables embriones no está generando hoy mucha reacción
adversa en nuestras comunidades.
La concepción eugenésica, además de mostrarse en toda su
plenitud como base ideológica de los planes de ingeniería genética, que
más o menos expresamente proponen la mejora de nuestra especie al estilo
de los “granjeros” de HITLER, aparece escondida en forma algo hipócrita
en las técnicas que permiten la detección muy precoz de enfermedades
durante el embarazo, en un estadio en que aún se permite el aborto en
muchos países, y muy notoriamente en los EEUU tras el fallo Roe
vs. Wade, de 1973, y en que, desde el punto de vista médico, tal
operación es menos compleja y riesgosa para la madre. El argumento de que
sólo se procura saber si la enfermedad existe para prepararse los padres
psicológicamente, es poco convincente, porque este procedimiento es
peligroso para la vida del embrión.
La posibilidad de experimentar con seres humanos ha seguido
atrayendo, impulsada por la verdad incuestionable de que ella hace avanzar
a la ciencia en gran medida. Las ya referidas posturas de KEVORKIAN, las
ya demostradas experiencias con reclusos concretadas en los EEUU sin
conocimiento de éstos, y las campañas de testeo de productos y drogas
nuevas desarrolladas por empresas de países del “primer mundo” en
naciones “subdesarrolladas”, se suman a las promisorias expectativas
que brinda la experimentación con embriones humanos no implantados.
Y, como bandera de toda esta constelación de ópticas típicas del
nacional-socialismo que gozan de perfecta vigencia en nuestra civilización
actual, flamea invicto el lema de que el fin justifica los medios. Tener
un hijo biológico justifica que mueran muchos otros hijos biológicos,
obtener un nuevo medicamento, o producto terapéutico, justifica la
eliminación de embriones y la experimentación con seres humanos, evitar
piadosamente una “vida que no merece ser vivida” justifica las
punciones y los abortos. Ésta es la gran premisa: una vez que hemos
aceptado que el fin justifica los medios, la svástica se eleva victoriosa
sobre nosotros, izada por nuestras propias manos. 5.
LA LUCHA MILENARIA
El biólogo nazi LENZ se preocupaba por la “milenaria lucha por
la vida de la raza Nórdica”. Nosotros, por “la milenaria lucha por la
vida de la humanidad”. Aclaremos: una humanidad comprensiva, cuyo
criterio bien puede ser el del art. 51 del Código Civil argentino, bien
interpretado: cualquier ser que, desde las primerísimas etapas de su
desarrollo, presenta “signos característicos
de humanidad, sin distinción de cualidades o accidentes” es un ser
humano, con todos los derechos básicos que como tal le corresponden.
O, si se prefiere, por la “cultura de la humanidad”, como la
conocemos. Como “cultura de la vida”. Como biofilia, en términos de
FROMM[54].
Esa parece ser una de las luchas más angustiantes y terribles de este
nuevo milenio. Y es una lucha que comienza con el campo de batalla
invadido por las huestes contrarias, que residen en nuestras propias
cabezas, que han inficionado nuestras cosmovisiones y carcomido nuestros
valores. La necrofilia, el utilitarismo, el biologismo descarnado, juegan
este encuentro de locales. No será un combate sencillo.
No es de extrañar que, siendo la cosmovisión nazi un socialismo
biológico, es decir, en última instancia, un empirismo utilitario (hasta
el término “idealismo” posee para HITLER una connotación biológica
empírica), las mayores defensas en su contra provengan de los baluartes
espirituales de nuestra cultura. No se equivocó el Führer
al centrar su ataque en los “antinaturales” valores judeocristianos,
compartidos también por el Islam y por otras religiones universales, como
el budismo. Hoy como ayer, es de esas direcciones que proviene la
verdadera oposición contra el ideario nazi. La cultura de la vida es
necesariamente cultura del espíritu, pues requiere de la objetividad
axiológica, y ésta sólo puede hallarse en referencia a la
trascendencia.
La doctrina católica, bajo la conducción de S.S. Juan Pablo II,
se ha transformado en el más importante arsenal en esta “milenaria
lucha” contra el nazismo. Las encíclicas Evangelium vitae y Fides et
ratio constituyen un verdadero plan de combate ideológico en defensa
de la biofilia. La prédica de S.S. el Dalai Lama es plenamente
coincidente. Los miembros de la resistencia, los “partisanos” de la
civilización de la vida, no estamos tan solos.
Como hizo en su tiempo el nazismo con sus detractores, se nos
acusará de reaccionarios, de enemigos del avance científico, de
ignorantes y oscurantistas. También HITLER se presentó a sí mismo como
el último grito del progreso. Quienes aún creemos que los principios de
DARWIN son muy interesantes para el estudio de las tortugas, pero
absolutamente abstrusos en materia humana, porque la civilización se
erige sobre premisas más espirituales que biológicas, quienes pensamos
que el fin no justifica los medios, que el valor fundamental es el amor al
prójimo, no el mejoramiento de la especie, que no existe un solo criterio
estético humano, porque hay millones de formas en que la humanidad es
bella, y en principio es bella siempre, que la “pureza racial” es
mitológica y, en todo caso, intrascendente, tenemos aún una guerra por
librar.
En última instancia, como dijo en un famoso discurso pronunciado
en Oxford en 1864 el estadista británico DISRAELI: "¿Cuál
es la pregunta que ahora se coloca frente a la sociedad, con una melosa
certeza de lo más asombrosa? La pregunta es ésta: ¿Es el hombre un
simio o un ángel? Señor mío, yo estoy del lado de los ángeles..."[55].
[1]
ZURABISHVILI, David, GEORGIA,
Moscú, Nóvosti, 1987, p 21
[2] CARRERE D’ENCAUSSE, Helene., STALINE, L’ORDRE PAR LA TERREUR, Paris, Flammarion, 1979, pp 131 y ss. [3]
“Una sensación desagradable me viene. Los odio desde el fondo de mi
corazón, judíos del ghetto uniformados, ¡y con qué arrogancia se
pavonean con las botas que han saqueado!” (HOLLIDAY, Laurel, CHILDREN IN THE
HOLOCAUST AND WORLD WAR II, Their Secret Diaries, N.York, WSP,
1995, p 162. [4] V., por ejemplo, DUBNOW, Simon, MANUAL DE LA HISTORIA JUDÍA (Desde los Orígenes hasta Nuestros Días), Bs.As., Sigal, 1962, p 9. Rufus LEARSI prefiere “ibrí”, con el sentido de “el hombre que cruzó [el río]”, aplicado a Abraham (HISTORIA DEL PUEBLO JUDÍO, Bs.As., Israel, 1959, p 14). Pero el sentido de “advenedizo” es idéntico, aunque este último autor trate de despojarlo de sus connotaciones peyorativas, otorgándole un inverosímil tinte de admiración. [5] “[...] el hombre que ocupó el lugar del padre muerto en la familia de HITLER, el que más se ocupó de su madre adorada, fue el médico de la familia, el judío Eduardo BLOCH (Gertrud M. KURTH, THE JEW AND ADOLF HITLER, en Sandor LORAND, comp., THE YEARBOOK OF PSYCHOANALYSIS, vol. VI, Nueva York, 1949, pp 266-281). Con respecto al mismo BLOCH, HITLER sólo tuvo sentimientos amistosos (le envió muchas tarjetas postales para expresarle su gratitud y, en 1938, se le permitió al viejo médico abandonar el Gran Reich, sin dificultad, ver Bradley F. SMITH, ADOLF HITLER, HIS FAMILY, CHILDHOOD AND YOUTH, Stanford, 1967, pp 106 –nota- y 107) v. FRIEDLÄNDER, Saul, ¿POR QUÉ EL HOLOCAUSTO? LAS CAUSAS HISTÓRICAS Y PSICOLÓGICAS DEL EXTERMINIO DE LOS JUDÍOS EN LA ALEMANIA NAZI, Barcelona, Gedisa, 1979, p 142. El testimonio del propio BLOCH (MY PATIENT HITLER, en Collier’s, 15-22 de marzo de 1941) fue cuestionado por Bradley SMITH (Op.Cit., p 110) y otros. Anna Maria SIGMUND, basada en el “informe manuscrito del Dr. BLOCH, Archivo Federal de Coblenza, NS 26/65”, sostiene que el permiso de exilio de BLOCH sólo se obtuvo por la intervención de Eva BRAUN, merced a la cual el galeno “escapó del internamiento en un campo de concentración y pudo emigrar dejando atrás su modesto patrimonio” (LAS MUJERES DE LOS NAZIS, Barcelona, Plaza & Janés, 2000, p 204).
[6]
SIGMUND, Op.Cit., p 203
[7] POLIAKOV, León – WULF, Josef, EL TERCER REICH Y LOS JUDÍOS, Documentos y Estudios, Barcelona, Seix Barral, 1960, pp 278-280 [8] En el Berghof, la famosa casa de montaña de HITLER, “la mayoría de los espectadores preferían aquellas películas americanas que GOEBBELS había clasificado como dañinas para el pueblo y prohibido” (SIGMUND, Op.Cit., p 203). [9]
HUMAN STERILIZATION
IN GERMANY AND THE UNITED STATES, en Journal of the American
Medical Association, CII, pp 1501-2 [10]
KEVLES, Daniel J., IN THE NAME
OF EUGENICS: GENETIC AND THE USES OF HUMAN HEREDITY, N.York, Knopf,
1985, p 116. [11]
LIFTON, Robert Jay, THE NAZI
DOCTORS, Medical Killing and the Psychology of Genocide, EEUU,
Basic, 1986, p 38
[12]
LIFTON, Op.Cit., p
291
[13]
ver el reciente trabajo de Martín A. LEE, THE
BEAST REAWAKENS, N.York, Routledge, 2000
[14] A un año de la caída del régimen nazi, ya Viktor KLEMPERER publicó el primer trabajo acerca del “lenguaje nazi” y su empleo por parte de los escritores y científicos no nacionalsocialistas (LTI, LA LANGUE DU IIIE REICH, Carnets d’un philologue, citado por AYÇOBERRY, Pierre, THE SOCIAL HISTORY OF THE THIRD REICH, 1933-1945, N.York, New, 1999, p 2) [15]
THE DIFFICULTIES
FACED BY A HISTORY OF A SOCIETY UNDER A TOTALITARIAN REGIME,
Introducción a su Op.Cit.
[16]
AYÇOBERRY, Op.Cit., pp 1/2
[17] HITLER Adolf, MEIN KAMPF, Toronto, Random, 1992 (esta traducción es nuestra, pero hay versiones en castellano, sobre todo en los subterráneos de Buenos Aires) [18]
ROSENBERG, Alfred, THE MYTH OF
THE TWENTIETH CENTURY, Revisionist, 1984 (hay traducción al
castellano) [19]
RAUSCHNING, Hermann, HITLER
SPEAKS, A Series of Political Conversations with Adolf Hitler on his
Real Aims, Londres, Thornton, 1940 [20] Esta fue la interesantísima tesis de Louis PAWELS y Jacques BERGIER, en EL RETORNO DE LOS BRUJOS (Bs.As., Sudamericana, 1999). Existen evidencias del interés de HITLER por ciertas creencias tibetanas en una supuesta raza supra-humana, habitante de los Himalayas. A investigarlas habría enviado agentes, para que entrasen en contacto con esos “arios” aislados. Uno de tales emisarios, habría sido el misterioso novelista de seudónimo Lobsang RAMPA, en cuyo libro EL TERCER OJO (Bs.As., Troquel, 1960) se narra el maravilloso encuentro con esas criaturas, muertas o en estado de suspensión animada: “Volví a mirar, asombrado y fascinado. Tres figuras de oro, desnudas, yacían delante de nosotros. Dos hombres y una mujer [...] La mujer debía medir tres metros y los hombres no medían menos de cuatro metros y medio. Las cabezas eran grandes y algo cónicas. Tenían mentones angostos, y bocas pequeñas, de labios finos. La nariz, larga y fina, mientras que los ojos eran bastante hundidos” (p 240). ¿Estamos ante la delirante descripción de la “nueva especie” procurada por HITLER?
[21]
RAUSHNING, Op.Cit., p 241 (trads. mías)
[22]
RAUSCHNING, Op.Cit., p 242
[23] RAUSCHNING, Op.Cit., pp 242/243. Las expresiones de HITLER traídas por este jefe nazi de los primeros tiempos, luego detractor del partido y de Alemania, pueden ser y han sido dubitadas. Sin embargo, no fueron rechazadas por HITLER, y resultan tan coherentes con las demás fuentes acerca del dictador germano, con sus obras y discursos (y los de sus seguidores), y sobre todo con los hechos posteriores (el libro se escribe en 1939), que en lo general me parecen muy dignos de credibilidad. Personalmente, considero este trabajo de RAUSCHNING uno de los más imprescindibles testimonios para acercarse a la difícil comprensión del ideario hitleriano. [25] Pero algunos círculos nazis muy elevados (los propios HITLER y HIMMLER incluidos) parecen haber sostenido la tesis de que tampoco los “arios” derivaban de la evolución de los primates, sino que provenían de la perdida Atlantis, o inclusive de otro planeta (KATER, Michael H., DAS “AHNENERBE” DER SS, 1935-1945: Ein Beitrag zur Kullturpolitik des Dritten Rreiches, Stuttgart, Deutsche Verlag, 1974, cit. por LIFTON, p 279).
[26]
HITLER, MEIN KAMPF
[27]
La denominación “anus mundi”
corresponde al médico nazi Heinz THILO
(LIFTON, Op.Cit., p
147).
[28]
LIFTON, Op.Cit., p 152.
[29]
HÖSS, Rudolf, COMMANDANT OF AUSCHWITZ: the Autobiography of Rudolff Hoess,
Cleveland, World, 1959, p205 [30]
JACQUARD, Albert. Petite
philosophie à l’usage des non-philosophes, Paris, Calmann-Levy,
1997, p 84 (traducción nuestra) [32]
ver PEUKERT, Detlev J.K., INSIDE
NAZI GERMANY, Conformity, opposition and racism in everyday life,
New Have, Yale, 1987
[33]
HITLER, Op.Cit., las
traducciones son mías.
[34]
Op.Cit., p 85
[35]
De cuya obra tratará en
este Congreso mi joven y promisoria discípula la Srta. Nadia
BRANCHINI.
[37]
LENZ, Fritz, HUMAN HEREDITY, New York, Macmillan, 1931, cit. por LIFTON, p 23
[38]
LANDMAN, Jacob P., HUMAN
STERILIZATION: the history of the sexual sterilization movement.
N.York, Macmillan, 1932, p 4 [39] Un alumno mío del Doctorado en Derecho en Brasil, de origen africano, caracterizado no sólo por una fina inteligencia, sino además por una elegancia impecable, en oportunidad de exponer sobre sus investigaciones se refirió a estas ideas y dijo, con una ironía que hubiera hecho ruborizar a más de uno de esos racistas: “dicen que estoy más cerca del mono: debe ser porque mi color de piel se parece más a la de los monos, o por mi cara, no sé...” Lo cierto es que esas afirmaciones sobre la evolución de las “razas” humanas carecen de todo asidero científico. El propio DARWIN, casi no se refirió al hombre en su Origen de las especies.
[40]
WIGGAM, Albert E., NEW DECALOGUE
OF SCIENCE, Indinapolis, Bobbs-Merril, 1923, pp 25/6, cit. por
LIFTON, p 23
[41]
LIFTON, p 27 y nota 19
[42] En realidad, estas empresas ya venían ganando dinero con el exterminio nazi. Por ejemplo, el Laboratorio DEGESCH, de Frankfurt, proveía al gobierno, en concepto de "desinfección, estación Auschwitz", latas del tristemente célebre "Zyklón B Acido prúsico sin irritante", usado en las cámaras de gas (POLIAKOV - WULF, pp 104 bis y 107) [44]
POLIAKOV-WULF, pp 333 y 334 [45]
POLIAKOV - WULF, p 333
[46]
HITLER, Mein Kampf
[47]
WELLS, Herbert G., LA GUERRA DE
LOS MUNDOS, Barcelona, Bruguera, 1981
[48] Los actores judíos que no responden a los criterios antropométricos nazis, muy rara vez hacen papeles de judíos. Tal el caso de William SHATNER, Leonard NIMOY, Laureen BACALL, Michael LANDON etc. Charlton HESTON es un supuesto particular, porque sus roles judaicos fueron de “hebreo antiguo” (Moisés, Ben Hur). Es arquetípica la película Día de la Independencia, en que los invasores extraterrestres son vencidos por una tríada muy esperable, integrada por el “negro” fortachón y atlético, pero no muy brillante, el judío feote y torpe, pero genial en computación, matemáticas y ajedrez, y todos bajo la dirección del WASP, que reúne todas las virtudes, pero necesita del apoyo de los otros. En cambio, merece un honrosísimo aparte Gene RODDENBERRY, cuyo Viaje a las estrellas siempre huyó de los estereotipos raciales. [49] En la campaña electoral que acabó con el primer triunfo de MENEM para la presidencia, sus contrarios recurrieron al manejo de estos estereotipos. Un afiche mostraba a los primeros mandatarios del “mundo desarrollado” (nótese el adjetivo darwiniano), de aspecto “europeo”, y preguntaba, irónicamente, al elector, si se imaginaba a MENEM entre ellos, en obvia referencia a las patillas anchas y al aspecto no “ario” del candidato. [50] MANOFF, Salomón, Legislación general de Israel, bases de su organización jurídica, política y administrativa, Salta,?,1968, p 14 (el vocablo hebreo ham también involucra las ideas de “pueblo” y de “nación”, como el Völk alemán). [51] Reiteradas veces he recibido en Brasil el comentario, de personas “blancas” de diferentes sectores y niveles culturales, de que la Argentina les lleva ventaja por “no tener problemas raciales”. Es decir, por no tener negros. Esta afirmación también me fue formulada por estadounidenses.
[52]
KEVORKIAN, Jack, LA BUENA
MUERTE: los médicos y la eutanasia, Barcelona, Grijalbo, 1993, pp
39/40
[53]
KEVORKIAN, Jack, Medicine,
ethics and execution by letal injection, en Medicine
and law (ML), IV, 1985, pp 307 a 313; Opinions
on capital punishment, executions and medical science, en ML, IV, 1985, pp 515 a 533, A
comprehensive bioethical code for medical exploitation of humans
facing imminent and unavoidable death, en ML,
V, 1986, pp 181 a 197; y The
last fearsome taboo: Medical aspects of planned death, en ML, VIII, 1988, pp 1 a 15. [54] Ver FROMM, Erich, EL CORAZON DEL HOMBRE, Su Potencia para el Bien y para el Mal, México, F.C.E., 1992 [55] cit. por POLIAKOV, Léon, en LE MYTHE ARYEN, Essai sur les sources du racisme et des nacionalismes, París, Calmann-Lévy, 1994, p 267 n 3 |
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