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REPRODUCCIÓN Y MEDICALIZACIÓN |
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PATRICIA
E. DIGILIO |
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REPRODUCCIÓN Y MEDICALIZACIÓN
Reproducción y
medicalización
El
nacimiento de Louise Brown en el mes de diciembre
de 1978 identificada por los medios de comunicación como “el primer
bebe de probeta” representa un
acontecimiento que modificaría irreversiblemente la perspectiva de la
reproducción humana, su carácter y naturaleza.
A partir de ese momento, la criopreservación de embriones, la
maternidad subrogada, el screening genético,
la manipulación de embriones, y el desarrollo de otras tecnologías como
la clonación, las terapias génicas o
la octogénesis, devendrán
en temas centrales inaugurados por
la llamada revolución tecnológica en la esfera reproductiva. ¿Cuál
es el lugar de las mujeres en
el espacio que abre esta revolución?. El
presente trabajo se propone analizar las nuevas condiciones que la
aplicación de nuevas tecnologías generan para la reproducción en las
mujeres: en ese sentido indagaremos la relación entre cuerpo y medicina e
informaremos de ciertos mandatos culturales para la toma de decisiones.- El
nacimiento de Louise Brown en el mes de diciembre
de 1978 identificada por los medios de comunicación como “el primer
bebe de probeta”[1]
representa un
acontecimiento que modificaría irreversiblemente la perspectiva de la
reproducción humana, su carácter y naturaleza.
A partir de ese momento, la criopreservación de embriones, la
maternidad subrogada, el screening genético[2],
la manipulación de embriones, y el desarrollo de otras tecnologías como
la clonación, las terapias génicas o
la octogénesis, devendrán
en temas centrales inaugurados por
la llamada revolución tecnológica en la esfera reproductiva. ¿Cuál
es el lugar de las mujeres en
el espacio que abre esta revolución?. Esta es una pregunta cuya respuesta
dependerá de cómo se
resuelvan la confrontación de intereses, los conflictos de poder
y las posibilidades
que las mujeres tengan,
para decidir e
intervenir en el rumbo que estos desarrollos adquieran. Si
bien estas cuestiones alcanzan al proceso de implementación de toda nueva
tecnología, en el caso de la reproducción parecen cobrar especial
significación. Porque si la lucha por la libertad reproductiva,
el acceso a métodos anticonceptivos seguros y
la instauración de los llamados derechos reproductivos ha
constituido una acción que ha permitido algunas conquistas indiscutibles
en algunos países parece
prudente recordar que en
nuestra región sigue siendo un tema pendiente de realizaciones. Hay
que advertir, además que concurren aquí otros elementos. Como subraya
Françoise Collin, “las formas en las que hoy se practica el
desposeimiento de la generación y más concretamente de la maternidad,
resultan más constrictivas porque están ubicadas en espacios de poder
que escapan a la conquista individual. La fecundación in
vitro, el cultivo de embriones, los bancos de esperma, la inseminación
artificial, la separación entre maternidad
y biología por la vía indirecta de madre “portadora”,
mediando o no dinero, y las investigaciones sobre manipulaciones genéticas
trastocan el concepto de generación; hacen
de la reproducción una nueva zona de poder”
[3].
En
consecuencia interrogarnos sobre cómo las nuevas formas que adquiere la
reproducción pueden afectar
a nuestra sociedad y particularmente a las mujeres, obliga a indagar en
las condiciones e implicaciones
de estos desarrollos. No se
trata de diferenciar entre “una
forma natural” de reproducción y
otra “tecnológica” (suponiendo en esta diferenciación una jerarquía
de valores) sino de ver si las nuevas maneras de concebir y organizar la
reproducción reflejan, refuerzan
o recrean creencias,
modelos o sistemas de valores a partir de los cuales
ha sido posible mantener
y legitimar condiciones de subordinación y opresión para las
mujeres. En
este sentido, este trabajo pretende aportar algunos elementos que
contribuyan a la reflexión sobre estas cuestiones. Para esto nos situamos
en una perspectiva que retoma algunos de los puntos que consideramos
centrales para el análisis como son
la particular relación
entre las mujeres y el sistema médico,
el sentido que la maternidad alcanza en nuestra cultura y la
exigencia de no confundir igualdad con homogeneización[4], En
realidad, esta homogeneización, como señala Eva Giberti,
parecería obedecer más a la búsqueda de formalizaciones que
permitan generalizar el tema para ambos géneros y a exigencias del
discurso médico.
Cuerpo
y modelo médico La
posibilidad de operar sobre
el cuerpo humano, es factible porque media una determinada concepción
acerca del cuerpo que se traduce en ciertas prácticas, discursos,
representaciones e imaginarios que se vinculan con él, y que deben ser
considerados sin perder de
vista que el cuerpo es una construcción simbólica y no una realidad
dada, y que esa construcción
tanto como los saberes que con ella se relacionan son producto de un
estado social, de una visión del mundo y dentro de esta última de una
definición de la persona. Particularmente en las sociedades modernas, el
cuerpo representa un tema privilegiado de prácticas,
discursos e imaginarios. En
el marco de la preocupación actual por la salud, la apariencia y el
bienestar corporal, la
medicina se erige como un saber privilegiado. Esto se manifiesta en un
proceso de medicalización del cuerpo y sus desarrollos. Un
proceso que responde a una lógica social y cultural,
y que conduce a explorar la particular relación que la medicina
traba con el cuerpo en su práctica y en
sus discursos y muy especialmente respecto al cuerpo de las
mujeres. La
hiperespecialización de la medicina actual vinculada a ciertas funciones
u órganos y la utilización
de nuevas técnicas de diagnóstico dependientes de la técnica, son
manifestaciones de esta concepción centralizada en el cuerpo y no en el
sujeto. Se inscriben en un proceso en
el cuerpo pierde su dimensión simbólica para verse
reducido a un conjunto de engranajes, de funciones substituibles
unas por otras. La
fecundación in vitro (FIV) es un caso muy ilustrativo de este paradigma,
pues con ella no se restaura la función corporal dañada,
sino que se la reemplaza tecnológicamente. En estos casos, la
medicina y la biología no sólo acompañan y estudian
los procesos orgánicos, sino que los orientan a voluntad y los
transforman. La misma expresión “Nuevas Tecnologías Reproductivas”
indica el cambio de bases implicado por la procreación artificial;
significa que cada uno de los elementos que intervienen
en la procreación, cada momento, puede ser técnicamente sometido
a separación, a descomposición y recomposición en términos de tecnología
biológica. En este modelo la procreación se analiza en términos de
agentes sometidos a manipulación (ovocitos, espermatozoides) y de órganos
pasibles de sustitución o estimulación. En
la medida que no considera sujetos, sino células y órganos, el análisis
biológico aplica a la
procreación operaciones que salen del área de las habituales relaciones
entre sujetos sexuados; las células pueden ser extraídas, donadas,
intercambiadas, funcionado como categoría de intercambio y de relación
social. La idea del
cuerpo-máquina justifica el uso de tecnología para “su reparación”. Esa
presunción, que el cuerpo puede ser “reparado” y la enfermedad
“curada” con el uso de tecnología, confunde tratamiento con cura y
contribuye a una percepción del propio cuerpo que, en el discurso de las
pacientes que acceden a los tratamientos, es un cuerpo medicalizado: un
cuerpo concebido como un conjunto de órganos separados convertidos en
objeto de investigación y
que se inscribe en la relación saber médico- saber femenino del cuerpo,
donde de la misma manera que en otras esferas de la medicina, el saber
espontáneo sobre el propio cuerpo es cuestionado por la clínica médica,
con su dispositivo técnico y su poder de hacer visible lo invisible, lo
que el cuerpo oculta. Esta situación conduce a una pérdida de la posición del sujeto, quien queda excluido de las operaciones que “otros” realizan sobre su cuerpo. Un cuerpo que ya no les pertenece. Esto no se circunscribe a los casos donde la procreación es médicamente asistida, porque si analizamos el proceso del embarazo y el parto en condiciones naturales, observamos que no ha permanecido ajeno a este proceso.
Escrutar
el vientre En
un proceso que se ha
acelerado en los últimos años
el embarazo ha ido dejando
de ser un acto íntimo para
adquirir una cierta forma de exterioridad. El
embarazo y el parto han dejado de ser procesos naturales para
asumir características que
los homologan con un estado
patológico, con una situación
de riesgo en la que la propia noción
de riesgo se vuelve difusa
precisamente porque la medida que indicaría un embarazo normal
(a partir de la cual podrían
considerarse los riesgos) parece no alcanzarse nunca. Y
esto es así porque se pone
en funcionamiento una dinámica
en la que, en
tanto la tecnologización y la medicalización del proceso
reproductivo (fecundación, embarazo, alumbramiento) aumentan, aparecen
también nuevas patologías y nuevos riesgos.
...Y
para controlarlos habrán de desarrollarse nuevos métodos y técnicas
cada vez complicadas y sofisticadas. Diversos
profesionales, provenientes de disciplinas tan variadas como la biología,
la antropología o la sociología han encarado el análisis de los cambios
tecnológicos introducidos en la reproducción humana. La medicalización
de la reproducción incluye la intervención y manejo del parto y conlleva
el uso de anestesia, fórceps, episiotomías y cesáreas. Además del
control técnico del embarazo a través de amniocentesis y ecografías.
Nuevas técnicas como el monitoreo fetal, introducidas para su aplicación
en casos de alto riesgo, terminan siendo utilizadas de una manera
rutinaria. Vemos
como el parto dejó de ser un suceso para devenir en un proceso.
Uno de los pocos
monopolios de la mujer (parir y ayudar a parir) ha sido progresivamente
recortado por la intervención médica.
Prueba de lo enraizado que está en la sociedad la idea de
enfermedad femenina es que otros procesos fisiológicos naturales como la
menopausia o la menstruación se consideran como enfermedades. Así,
el diccionario de la Real Academia Española de 1970 define a la
ginecología como la parte de la medicina que trata de las enfermedades
especiales de la mujer. ¿Y
su salud a qué parte de la medicina corresponde? Paradójicamente
existe además una carencia de investigación médica sobre temas como cánceres
femeninos, tasas altas de histerectomías, problemas en los métodos de
control de la natalidad de las mujeres, métodos para los varones,
asistencia médica preventiva a mujeres y niñas etc.
En
este sentido, Laurence Gavarini[5]
advierte que las técnicas que hoy se desarrollan alrededor de la
procreación, como la ecografía, por ejemplo, realizan una suerte de
ectogénesis artificial en las futuras madres, transformando el embarazo
en un fenómeno exterior comparable a una experiencia de laboratorio.
Asistimos, dice, a una
personificación precoz del feto, al que las técnicas sacan del
vientre y a una despersonalización de la madre y de la relación
madre-hijo. Como
parte de este dispositivo preventivo
el diagnóstico pre-natal no
se reserva exclusivamente a las pacientes denominadas en riesgo y se
extiende a quienes puedan
pagarlo. Se espera de él que libere todos los secretos del feto. Pero,
sobre todo, que garantice la normalidad del bebé. Representación
imaginaria que desplaza la función diagnóstica y profiláctica
de los exámenes de la búsqueda de patologías hacia un interés
por la calidad del feto y a la verificación de su conformidad sexual o
estética. En
la misma línea Ruth Hubbard[6]
observa que la visualización del feto ya forma parte de los
cuidados de rutina durante el embarazo. Y que en la medida que las técnicas
se simplifiquen y por lo
tanto disminuyan sus costos el screening
fetal podría llegar también
a convertirse en parte de esa rutina. Este dispositivo preventivo
desarrollado en torno del embarazo viene a incrementar
la ilusión de que podemos controlar no sólo sí y cuándo queremos tener un hijo sino que además sería
posible elegir la clase y
calidad de hijo que queremos tener.
Una
ilusión que se corresponde con el
modelo de una sociedad
consumista en la que los
hijos tienden a verse como un
producto. Así, se construye la
ilusión de que
acceder a los tests
prenatales puede garantizar tener
hijos saludables. Pero esta condición se encuentra, en la práctica,
sumamente limitada porque cada test
puede proveer información solamente acerca de ciertas
discapacidades o afecciones muy específicas.
En este sentido, quizá
pueda beneficiar a los
padres que tienen razones concretas para
preocuparse porque su hijo pueda nacer con
una determinada enfermedad o discapacidad, pero no pueden
garantizar un bebé saludable. Sin embargo, parece extenderse
la idea de que si se
tiene un niño con una cierta discapacidad
o afección es porque los propios padres o sus médicos no tomaron las
suficientes precauciones. Lo
que aumenta no sólo la responsabilidad y el grado
de intervención de
los médicos en el proceso de gestación, sino también la responsabilidad
de las mujeres gestantes
quienes, parecería, no
deberían rehusarse a
efectuar los test de control.
Es
así como en la actualidad hay ciertos discursos aluden a
“abusos pre-natales” por parte de la embarazadas
en los que no sólo se
incluyen el
consumo de alcohol,
drogas o cigarillos, sino
también el
no haber realizado oportunamente los controles o haber desatendido
deliberadamente el resultado de los tests, cuando a través de
estos se detecta una anomalía, o el no haber
llevado adelante las terapias
adecuadas en el caso que las
hubiera.[7]
De
esta manera el derecho que tiene cualquier paciente, que es
el de rehusarse a efectuar una determinada terapia, puede ser
cuestionado para
una mujer embarazada en nombre de los derechos del feto. Desatando
un conflicto de derechos entre la madre y el feto e instituyendo nuevos
mecanismos de control para las mujeres. NO
obstante lo cual, no debemos perder de vista que algunas mujeres de más
de 35 años rechazan los diagnósticos pre–natales
y otras, especialmente aquellas más pobres tanto de
países desarrollados como no desarrollados,
ni siquiera saben que existen. En proporción no son mayoría las
mujeres que son objeto de un
seguimiento estricto del embarazo, aunque esto obedece más a razones económicas
que a argumentos médicos. Sin embargo,
no por cierta precaución respecto a la posibilidad de exponer a
las mujeres a estas técnicas
es que disminuyen los controles. De hecho
“precaución” en el contexto médico
significa utilizar toda la tecnología disponible aun cuando se
desconozcan las consecuencias a largo plazo de ese uso. En todo caso, habrá
que buscar las razones en lo que cuesta, en términos económicos,
implementar estas técnicas. Podría
objetarse que a pesar del aparato coercitivo que pretenden desplegar
ciertos intentos, como anteriormente hemos señalado,
las parejas, las mujeres conservan cierta libertad para llevar
adelante su embarazo como lo crean conveniente, pero si se observa la
uniformidad de los comportamientos esta libertad individual parece tener
un alcance meramente declarativo para encontrarse, en realidad, seriamente
limitada y condicionada
socialmente, precisamente por
la sobreestimación que
existe en nuestra sociedad de
la vigilancia clínica, biológica y técnica. Por
lo tanto, resulta falso hablar de libertad cuando las opciones están
limitadas desde un principio. Es una libertad,
en definitiva, sujeta
al modelo maternal
medicalizado. La
tendencia parece apuntar a
creer que todo parto es anormal, que requiere intervención y que por eso
se realiza en un hospital para enfermos.
Mandatos
culturales Maternidad:
destino de mujer La
maternidad cobra una profunda significación en la constitución de
la subjetividad femenina. Esto obedece a la idea que afirma que sólo se
es mujer cuando se ha tenido descendencia. Algo que, indudablemente,
contribuye a reforzar los estereotipos y a que las mujeres
permanezcan socialmente cosificadas, subordinadas.
Pero,
aun cuando afirmemos que la maternidad no es el único destino de la mujer
no podemos perder de vista el sentido que
ésta alcanza en nuestra cultura y que
el peso que este mandato representa todavía coloca a las mujeres
en una situación de
vulnerabilidad desde la cual
difícilmente pueda evaluar riesgos y beneficios. Por
otra parte, la información sobre los beneficios y perjuicios,
conveniencia o inconveniencia y viabilidad
de los diferentes procedimientos es suministrada por los propios
profesionales. Especialmente cuando se trata de técnicas nuevas, poco
probadas, existen muy pocas o ninguna otras fuentes fiables
de información o referencia.
Una situación que limita seriamente la posibilidad de elaborar
juicios independientes y otorgar un verdadero “consentimiento
informado”. Por lo tanto, resultaría conveniente revisar el alcance y
el sentido de este procedimiento. Pero además, desconocer o no tener en
cuenta la realidad psíquica de las mujeres y no profundizar en los
aspectos simbólicos de la maternidad puede
representar una omisión
que deja fuera del análisis un elemento esencial
para comprender la aceptación de estas técnicas. Profundizar,
en cambio, sobre qué es y cómo surge en las mujeres el deseo de tener un
hijo abre la posibilidad de iniciar una toma de conciencia diferente sobre
la cuestión y permitiría elaborar estrategias que conduzcan a disminuir
la presión y la compulsión que llevan a algunas
mujeres a aceptar sin cuestionamientos la solución que la técnica
representa. Ana María Fernández y Silvia
Tubert,[8]
entre otras especialistas en el tema, coinciden en afirmar que la
maternidad es el ideal que la cultura propone como realización de la
feminidad. La madre es el paradigma de la mujer y la maternidad un hecho
natural inherente a las mujeres y adscripto a su sexo biológico. Así,
la ecuación madre = mujer por
un deslizamiento de sentido se invierte y se transforma en mujer = madre.
De esta manera la anatomía se
vuelve destino.
El
mandato de la juventud En
nuestra cultura, la juventud
es considerada en sí misma un valor. El
bienestar físico y psíquico que representa sostiene la idea de un estado
de felicidad y de potencialidad que sólo resulta posible conservándola.
En esta perspectiva, el
envejecimiento no es un proceso natural, una etapa en el desarrollo de
nuestras vidas, sino un obstáculo, una manifestación obscena del paso
del tiempo que es mejor ocultar, eludir o dilatar. La
medicina, integrada a esta cruzada contra
el paso del tiempo, borra
sus huellas. Así,
es posible encontrar mujeres que evalúan naturalmente tener un hijo después
de los cuarenta y cinco años o mujeres mayores
de cincuenta años (en algunos casos cuando ya han entrado en la
menopausia) tratadas por esterilidad[9]. ¿Qué
tipo de esterilidad representan estos casos?
Mejor puede interpretarse que se trata de un cambio en la relación
con los fenómenos naturales que acompañan el proceso de envejecimiento
(como la menopausia) que se convierten en una patología y como tal son
tratados. Además,
estos tratamientos tienen muy pocas posibilidades de lograr su objetivo,
lo que contrasta dramáticamente con los riesgos que representa la
estimulación ovárica a la que la paciente debe ser sometida y los
conflictos éticos que estos procedimientos crean cuando es necesario
recurrir a la donación de gametos o a subrogar un útero más joven. Sin
embargo, esta derivación de los tratamientos no resulta una
excentricidad, forman
parte de las prácticas de una cultura en la que el envejecimiento y la
muerte han dejado de ser procesos naturales con los que es posible
convivir.
Algunas conclusiones La
variedad de cuestiones tratadas exige
introducir ciertos cambios en el proceso de evaluación de las
innovaciones científico–tecnológicas. En general, los procesos de
evaluación suelen limitarse al
control de la eficacia y la
calidad de los procedimientos, tendiendo
a sostener y alentar
estas innovaciones más que a cuestionarlas o cambiarlas, y fomentando la
adaptación más que la búsqueda de
alternativas o la posibilidad del rechazo.
Una
perspectiva feminista permitiría otra forma de evaluar los procedimientos
de la ciencia y de la
tecnología, tal como propone Janine Morgall[10],
quien parte de la convicción de que el desarrollo tecnológico es un
proceso social que interactúa con
otros procesos sociales, e
interpreta el cambio tecnológico
como un recurso que elimina, restringe o refuerza los sistemas de control
existentes o, alternativamente, establece nuevos. Por lo tanto, argumenta,
no tener en cuenta o desconocer la categoría de género
para el análisis del
desarrollo tecnológico puede contribuir a mantener y reforzar formas de
opresión para las mujeres en aspectos tanto reproductivos como
productivos. Desde
esta postura desarrolla, como una alternativa a los métodos
tradicionales, criterios
generales para lo que ha dado en llamar un enfoque
crítico–feminista para la evaluación de tecnología.
Propone que para conocer y prever los efectos de la tecnología sobre las mujeres es necesario
tener en cuenta “la
realidad de la vida de todos los días” de las mujeres. Esto significa
que, además de considerar la calidad y eficacia de los procedimientos técnicos,
el proceso de evaluación
debe incluir otras relaciones
sociales: 1-
analizando sí las técnicas que se evalúan
incrementan la libertad de las
mujeres o mantienen
y/o refuerzan patrones de opresión;
2-
considerando el papel que esas técnicas juegan en la división
sexual del trabajo; 3-
haciendo visibles las contradicciones y la variedad de intereses
que están presentes en el desarrollo tecnológico. Este
enfoque crítico y feminista debe ser interdisciplinario. Debe,
para constituirse como una perspectiva enmancipatoria,
permitir una exploración de las alternativas que pueden
presentarse a la tecnología
que se evalúa. Proponer
y examinar alternativas abre
la posibilidad de decir no a una nueva
tecnología o de restringir usos futuros de una tecnología
establecida y hace que la tecnología sea el resultado de un proceso de
elección social.
Debe, además, estimular
la participación pública a través de
movimientos e intereses de grupo. En
este contexto y retomado la línea de
pensamiento que propone
Morgall es posible
interrogarnos sobre el grado
de libertad que aportan o aportarían las NTR
a las mujeres. Un tema que, adelantamos, presenta ciertas ambigüedades.
La
libertad de elección reproductiva suele invocarse para justificar el uso
de las técnicas. Y quizá
si pensamos en casos particulares o aislados ateniéndonos a los deseos y
demandas individuales podríamos
coincidir en que favorecen la autonomía. Pero si nuestro campo de análisis
sé amplia, tal como lo exige Morgall, y consideramos las relaciones
sociales, económicas y políticas que existen entre las personas y,
particularmente las implicaciones que las acciones o las políticas tienen
o podrían tener sobre la
vida y el estatus de las mujeres, la idea de que las técnicas otorgan
mayor libertad a las mujeres comienza a debilitarse. En primer lugar
porque significan una mayor medicalización del embarazo y el parto;
aumentando el poder de los profesionales, hombres en su mayoría. Se trata
de tecnologías complicadas, que no pueden ser desarrolladas o usadas sin
la ayuda de expertos. Quienes deseen acceder a ellas deben informarse
y evaluar los riesgos
recurriendo a profesionales entrenados. Estas condiciones, por lo menos en
la estructura actual de acceso a los servicios médicos, revelan que
no sólo se trata de una técnica cara en términos económicos
sino que introduce
diferencias de poder entre aquellos que administran las técnicas y
quienes las usan. Pero,
además, los costos que
representan los tratamientos no son un dato menor a la hora de evaluar el
grado de libertad que puedan brindar porque, en todo caso,
se trata de una libertad restringida a quienes pueden pagar los
tratamientos. En efecto, La
disparidad en el acceso aumenta cuando la técnica que debe usarse es más
compleja. Esto ocurre en técnicas
como la FIV cuyos
costos aumentan si hay que recurrir a la donación de gametos o a la
subrogación de útero. Por
otra parte, la ilusión de disponibilidad que genera su sola existencia
puede constituir un elemento de presión para las mujeres infértiles, y
un nuevo obstáculo para asumir esta condición. En el proceso de
medicalización del cuerpo y de sus funciones
representan un aumento de la
inequidad de la distribución de los riesgos de la reproducción no sólo
porque constituyen una nueva forma de
intrusión en el cuerpo de las mujeres mientras que los hombres sólo
tienen que proveer el esperma a través de una masturbación, sino también
porque las mujeres son tratadas por infertilidad cuando los
problemas infertilidad pueden
ser de su pareja. La
medicalización de las mujeres por esterilidad
masculina se inicia con la Inseminación Artificial con Donante (IAD)
cuyos riesgos son menores, salvo
por la estimulación ovárica a la que eventualmente está
asociada. Especialmente la FIV ha alterado la manera de encarar los
tratamientos por deficiencias espermaticas y cada vez es mayor su indicación
para tratar la infertilidad masculina. Lo que evidentemente, tiene
consecuencias negativas para las mujeres, que son las que deben someterse
a los tratamientos que pueden resultar riesgosos para su salud y alterar
su propia fecundidad. También
los tests pre-natales representan mayores riesgos para las mujeres que
para sus parejas. De manera que la mera invocación a la libertad
procreativa resulta, por lo menos, insuficiente si no se
pone en claro el
significado y el campo de acción de esa libertad[11]. A
lo largo de este trabajo hemos intentado señalar ciertas cuestiones que
consideramos imprescindibles incorporar al debate y tratamiento del tema
propuesto. En la convicción de que su incorporación harían posible
modificar las distorsiones provocadas por un enfoque en el que parece
desconocerse la participación de quienes, en definitiva, son sus
protagonistas centrales. En este camino, creemos, que se requieren, en
principio, dos pasos: los profesionales deben reconsiderar científicamente
sus técnicas y las mujeres deben permitirse tener la libertad para decir
lo que efectivamente sienten. Esto contribuiría a devolverles
el lugar de “sujetos” en las prácticas de las que parecen ser
“objeto”. [1] Si bien esta expresión es incorrecta deseamos mantenerla por todo lo que connota [2] Sondeo génico [3] Cf. COLLIN, Françoise, “Tiempo natal”, en revista Letra, Nro 33, año 1994, p. 58 [4] en tanto entendemos, que sí de medicina hablamos , debemos oponernos a la homogeneización de lo “psicosomático” por cuanto no es lo mismo hablar de lumbalgia en el varón que diagnósticarla en la mujer, como no es lo mismo una úlcera padecida por una mujer con síndrome de ama de casa, que la de un varón con otros padecimientos.- [5] Cf. GAVARINI, Laurence, “Experts et législateurs de la normalité de l’être humaine: vers un eugénisme discret” en TESTART, J. (comp), Le Magasin des enfants, Paris, Editions François Bourin, 1990 [6]Véase, HUBBARD, Ruth, The Politics of Women¨s Biology, New Brunswick and London, Rutgers University Press, 1997 [7] para un análisis más detallado de esta cuestión remitimos al texto arriba citado de Ruth Hubbard, págs. 171-78. No obstante, y como una forma de ilustrar acerca del carácter de estos discursos consideramos conveniente reproducir un párrafo de los argumentos esgrimidos por Margery Shaw, médica y profesora de la Universidad de Texas, en defensa de esta posición y citados por Hubbard : “Abuse of alcohol or drugs during pregnancy could lead to fetal alcohol syndrome or drug addiction in the infant, resulting in an assertion that he (sic) had been harmed by his mother´s acts. Withholding of necessary prenatal care, improper nutrition, exposure to mutagens and teratogens, or even exposure to the mother´s defective intrauterine environment caused by her genotype.... could all result in an injured infant who might claim that his right to be born physically and mentally sound had been invaded.” Cf. HUBBARD, Ruth, op. cit. p. 172 [8] Cf. FERNANDEZ, Ana María, La mujer de la ilusión, Buenos Aires, Paidós, 1993 y TUBERT, Silvia, Mujeres sin sombra. Maternidad y Tecnología, Madrid, siglo XXI, 1991. [9]
Véase, ATHÉA, Nicole, “La stérilité une entité mal définie”
en TESTART , Jacques, Le Magasin
des enfants, Paris,
Editions Francois Bourin, 1990, [10] Véase, MORGALL, Janine, Technology Assessment. A Feminist Perspective. Philadelphia, Temple University Press, 1993 [11] Como referencia para introducir esta cuestión podemos mencionar el texto de Ruth Hubbard arriba citado y ROBERTSON, John, Children of Choice. Freedom and the New Reproductive Technologies, Princeton, New Jersey, Princeton University Press, 1996 , entre otros trabajos. |
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