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GENOMA HUMANO: LA PARADOJA DE UN MUNDO FELIZ [1] RUBEN
H. DONZIS [2]
La utopía de un mundo feliz parece una meta desencajada, en el perfil de una humanidad que contempla su cotidianidad como una chanza de mal gusto. Hay tecnología para ser aplicada a la provisión de cobertura alimenticia para todos los que habitamos esta tierra, sin embargo hay hambre, y mucha. Hay tecnología como para proveer condiciones de trabajo dignas para los Hombres, sin embargo hay desempleo, y mucho. Tenemos tecnología para prodigar las mejores condiciones de salud para nuestra especie, sin embargo la salud es patrimonio de unos pocos, y las dolencias son muchas. Somos testigos de un mundo racional, cuya irracionalidad afinca en que todo el proceso de civilización tendió a la emancipación del Hombre, y sin embargo nos encontramos sutilmente esclavizados. Los augurios del mito científico sobre un mundo mejor se derriten frente a una tosca realidad cuyo nombre se reproduce en ausencias: el hambre y la emergencia de la injusticia; el desempleo y la emergencia de la indignidad; la salud como repertorio de mercado; y la libertad como condición engañosa frente a una realidad que nos avasalla día a día. Jamás la humanidad estuvo tan controlada en su proceso histórico, como en la actualidad. La promesa de la ciencia aliada a la tecnología nos ha legado un hermoso mundo de informática, telemática y cibernética, que no solo puede controlar a distancia inusitada nuestros movimientos, sino que además, permite condicionar nuestros pareceres y convicciones con la monstruosa maquinaria de los multimedia; determinar nuestro consumo con la estrategia publicitaria; e imponer modos de vida exigiéndonos adaptar nuestros hábitos a las modalidades de la tecnología aplicada. Nuestra libertad ambulatoria puede ser controlada no solo por la existencia de un Estado que se nutre de un Derecho represivo, sino que nuestros pasos pueden ser controlados satelitalmente por la “inteligencia” de un consorcio de capital, que no solo le interesa saber dónde vamos, qué hacemos, qué consumimos, sino también qué pensamos, o qué podemos llegar a pensar en un futuro, todo a mérito de una gran maquinaria que excede al antiguo Leviatán. No tiene que ver con reproches. No tenemos el mundo que quisimos, sino el que pudimos. La ascepcia valorativa del paradigma científico no tuvo escollos de nutrir tecnología incluso a las más aberrantes voluntades. Cuando la razón subjetiva creyó obtener su victoria en el Estado de Derecho y la generalidad de la ley, la barbarie irracional se alzó en totalitarismo; y cuando el anhelo de libertad doblegó las armas y encaramó los Derechos Humanos como convención de naciones, la racionalidad económica se desembarazó del Estado y se encaminó hacia el control de la Condición Humana. Pareciera que el siglo XX nos expuso a la paradoja del sendero de los caminos que se bifurcan. La razón nos indicaba que frente a la violencia y la intolerancia, debía esgrimirse el respeto a la condición humana, y la dignidad de su integridad física y cultural. Por otro lado, la instrumentalidad de la razón, se encaminó hacia el conocimiento puro, donde, diferencia ontológica mediante, la ética y la dignificación del Hombre, pasaron a ser problemas aislados de la dinámica científica, y resguardo de conciencia del investigador, cuya conciencia no podía entorpecer su investigación científica. El privilegio de la ciencia, legitimado por la necesidad humana, no tuvo emperos en comprometerse con la maquinaria económica, fuente de su sustento, pero también finalidad de su proceso. La mano del capital fue motivadora del conocimiento científico, y principalmente de la técnica y tecnología aplicada. Su intervención y fusión prodigaron avances innegables en materia de salud. Ello es cierto, no cabe dudas que tanto en el tomógrafo computado, como en el control de epidemias y pandemias, la industria médica y la farmacopea privadas han tenido un lugar sustancial. Pero el halo de esplendor queda sumido en números y finanzas de corporaciones que hacen incorpóreas la disponibilidad de sus productos. Un desdibujado ciudadano, quedó perdido en un mundo “global” de mercados que descuartizó sus derechos. Así, quedó resignado a su mote de consumidor, tibio e ingenuo esclavo de un toma y daca, que por contrato de adhesión quedó ligado al aparato de servicios, cuyos servicios solo sirven a la servil y cautiva contribución económica del mismo consumidor. En un círculo cerrado de reproducciones se lo invita insistentemente a asirse de planes de beneficios a plazos, ocultando en letras chicas sus carencias inmediatas. Integrado como consumidor, y como consumidor integrado a la gran maquinaria de consumo, consume su vida degradando sus derechos, y su identidad se diluye en una gran gama de deseos, que con cínica espectacularidad mediática, apuntan majestuosos a tener lo innecesario a cualquier costo. En figura borromea, garabato insulso de la vida, al ciudadano no se le ofrece el aseguro de su libertad, de su identidad, de su autonomía; basta con blandirle la creatura posmoderna de “Calidad de Vida”, como artículo de consumo preferible, cuyas particularidades se ensalzan en un prospecto de expectativas gratificantes que comulgan con las necesidades de mercado. No hay D´s ni Hombre, solo lógica y números. Qué fácil es manipular la vida cuando ésta solo depende de disponer de meros datos. Ya no podremos definimos por nuestra historia, o abrazarnos al amparo genérico de nuestra cultura. Ya no podremos identificarnos con nuestra identidad, que nos hace idénticos a nuestras experiencias. Pareciera que basta solo el “Código” para “Ser”. Y fue primero la palabra... decían las escrituras. Y ahora, que en tierra firme descansan religión, filosofía y cultura, primero será el código?. La ironía introductoria me estimula a valuar el descubrimiento del código genético, especificidad inerte en la historia, que para la historia resulta la probable y futura reformulación de sus términos. Y el Hombre dijo: el mapa genético nos traerá la cura de muchos males. Que así sea. El problema no es lo que el Hombre dijo, o en otros términos, lo que soñó y con su sueño la ciencia formuló. El problema es los que no dijo, aquello que su sueño ocultó, y que en la desventura onírica trató denodadamente en eclipsar. Inconscientes, pareciera que hemos, como humanidad, encontrado la llave final, la que abre la caja de Pandora, la que nos permitirá acceder a los patrones de esteticidad física, a los patrones de salud, a los patrones de inteligencia... a todos aquellos patrones que la naturaleza no nos ha patrocinado, por lo menos, no en los estándares deseados del progreso indefinido. Lo que el Hombre no dijo, es lo que calla la ciencia médica. El código puede ser manipulado. El código es la información final del hombre mismo, información que no está a disposición de todos los hombres y mujeres que habitamos esta tierra, por mas que se lo haya declarado “Patrimonio Universal de la Humanidad”. Mellado en sus derechos el ciudadano se consume inerme en las tibias y apacibles aguas de la contemplación, esperando un código Mesías cargado de promesas de futuro mejor, junto a un Estado diluido en las mismas aguas disolventes, en las que la química de un juego de laboratorios se disputan patentamientos, y los derechos que ellos les confieren. Disponer de la tecnología, es disponer del código. Disponer del código, es disponer de la información. Disponer de la información es apropiarse de la identidad. En éste juego de disposiciones, la manipulación patentada arrasa identidades y derechos humanos. Yo, ya no soy yo y mi circunstancia. Mi identidad está proclive a ser vulnerada, porque somos cada vez más vulnerables en la medida que perdemos el control y disposición de nuestra identidad genética. Ese dato... solo ese dato, de ahora en mas, podrá abrirnos o cerrarnos puertas. Conseguir trabajo, o contraer nupcias, por simple ejemplo, pueden quedar subordinados a la compatibilidad genética, o a los atributos plausibles o peyorativos que los genes alberguen.¿ Cuál es el límite. “Calidad de Vida” o “Dignidad de la Condición Humana”?. Qué defensa pueden esgrimir los Derechos Humanos, que fueron inspirados en una razón que se alzaba contra la arbitrariedad del Estado, cuando al Estado despojado de su arbitrio, lo excede en su potestad la racionalidad económica. Qué ética de convicción y responsabilidad moral, puede ensombrecer una ética utilitarista, que por razón de mercado y empresa puede sacrificar la dignidad del Hombre?. Cómo presumir una autonomía de voluntad, involuntariamente anémica, cuando la voracidad jeroglífica de una información genética no puede ser decodificada por el entendimiento común?. Cuántas incógnitas que despierta el palpitar de un posible enemigo interno, que tras la huella genética se esconde, aunque aún no se haya patentizado. Qué han de ser entonces nuestros contratos? en qué fantochada se convertirá nuestra información crediticia? a qué subterfugios acudirán las coberturas de seguro para asegurarse no cubrir lo que de antemano conocen está inscripto en genético grafema?. Cuánta identidad deteriorada en un deterioro no cultural. Qué paradoja, la tecnología biomédica ha conseguido descifrar la clave de la fantasía fascista. Qué riesgo. Irónicamente, buscando un mundo mejor, se abre paso un gran campo de concentración donde la humanidad entera puede asistir silente a su conversión en cobayo. Nuestra ingenuidad quizás no alcanza a vislumbrar el futuro mercado de bancos de datos genéticos, en el que el chequeo de la identidad personal trasciende al nombre y apellido, domicilio, habilidad, destreza o quizás fortuna. Cándidos transigiremos con nuestro infortunio, cuando el dictado de un cromosoma no discurra en las expectativas adecuadas. Qué solo que esta el Hombre, que existencialista perdió la deidad, y que ahora perdió su hominidad. Ya no es responsable de sus decisiones, puesto que ellas están sometidas al excursus biológico que el nuevo orden indica. Cada cual responde a sus genes. Libertad? : blasfemia. Los rezos no imploran Justicia. Solo que la información genética propia no esté disponible en el bazar de las exclusiones. Los Derechos Humanos cual alegoría, recaudan migajas del banquete de la desesperanza. Su voluntad pétrea se erosiona en un mundo en el que la astucia de la empresa puede taladrar las normas que expresaron la razón de los Hombres. Los laboratorios hoy disponen del conocimiento técnico. Mañana, de mi identidad. Quizás entonces sea demasiado tarde. [1] COMUNICACIÓN PARA LA 1ra. JORNADAS NACIONALES DE BIOETICA Y DERECHO. BUENOS AIRES. Agosto 22 y 23 de 2000. Facultad de Derecho . UBA. [2] Profesor Titular del curso de Sociología Crítica del Ciclo Profesional Orientado, y Profesor Adjunto Regular de Sociología del Derecho, de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. |
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